Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco fueron los nombres elegidos por los últimos tres líderes de la Iglesia católica al asumir el cargo de Sumo Pontífice en el Vaticano. ¿Por qué estos nombres difieren tanto entre sí?

Aunque esta elección no está regida por normas específicas, existen diversos criterios que explican el cambio de nombre. Sin embargo, todos comparten un punto en común: su carácter simbólico.

Según la fuente católica Liturgia de las horas, la tradición del cambio de nombre se remonta a varios siglos. El sitio indica que, al ser elegido, un cardenal escoge un nuevo nombre papal como parte de su ascenso al pontificado.

El propósito principal de esta práctica es simbólico y se relaciona con la identidad y el legado de un pontífice anterior, de un santo católico o de otra figura relevante. Así, el nuevo papa establece su estilo de liderazgo religioso.

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Historia del cambio de nombre de los papas

De acuerdo con medios internacionales, el origen de esta tradición se encuentra en la Biblia. Uno de los pasajes más citados se refiere al momento en que Jesucristo llama al apóstol Simón y le cambia el nombre:

“Entonces Andrés llevó a Simón a donde estaba Jesús. Jesús lo miró fijamente y le dijo: Tú eres Simón, el hijo de Juan. De ahora en adelante te llamarás Cefas (que significa Pedro)“, (Juan 1:42).

Este contexto bíblico fundamenta la práctica de cambiar de nombre al asumir el papado. Por otro lado, también existen antecedentes históricos. En el siglo VI, el papa Juan II adoptó un nuevo nombre para evitar confusiones con un predecesor que llevaba el mismo.

Desde entonces, la tradición continúa hasta nuestros días. Según la prensa internacional, estos son algunos de los nombres más comunes adoptados por los cardenales al convertirse en pontífices:

• Juan
• Gregorio
• Benedicto
• Clemente
• León
• Inocencio
• Pío
• Esteban
• Urbano
• Alejandro
• Adriano
• Pablo
• Sixto
• Martín
• Nicolás
• Celestino
• Anastasio
• Honorio