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Nuevamente en guerra
EE. UU. estaba negociando el programa nuclear iraní y quiere aparentar no estar participando directamente.
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La historia de las confrontaciones entre Occidente y Oriente es extensa y compleja. Los intentos de invasión del Imperio aqueménida persa a las ciudades-Estado griegas de Atenas y Esparta provocaron las guerras médicas entre los años 499 y 449 antes de la era cristiana (a. C.). Grecia ganó y terminó la dominación persa del Mediterráneo. Luego, entre 334 y 331 a. C., Alejandro Magno invadió y consolidó el control griego sobre Persia.
Durante la Edad Media, los reinos cristianos de la península Ibérica lucharon para reconquistar el territorio ocupado por ocho siglos por los musulmanes. Las cruzadas también fueron una serie de expediciones militares cristianas con el objetivo de recuperar la Tierra Santa (Jerusalén) del control musulmán. De igual manera, en 1571, la guerra de Lepanto fue ganada por la Liga Santa (Estados Pontificios, Venecia, Malta, Génova, Saboya e Imperio español), contra la armada del Imperio otomano.
Posteriormente, el Reino Unido colonizó buena parte de los países musulmanes y no fue sino hasta el siglo pasado que se retiró del Oriente Medio. En 1948, las Naciones Unidas reconocieron los territorios que ancestralmente habían ocupado los israelitas, dando vida al Estado de Israel, un enclave de cultura occidental judeocristiano, rodeado de países y territorios islámico-musulmanes.
Cabe mencionar que, así como históricamente hubo diferencias entre cristianos católicos y cristianos evangélicos, los países musulmanes también tienen diferencias entre islámicos chiitas (Irán, Yemen, Irak, Líbano, Azerbaiyán, Baréin) e islámicos sunitas (Arabia Saudita, Egipto, Jordania, Emiratos Árabes Unidos, Turquía, Pakistán, Indonesia). Esta breve síntesis histórica nos recuerda la secular confrontación (política, militar y religiosa) entre Occidente y Oriente.
El oro y el petróleo pudieran subir; las acciones, mostrar cierto descenso, y los bonos estadounidenses pueden oscilar, pero solo habría graves efectos adicionales si se profundiza la guerra.
Desde la noche del jueves pasado, somos testigos de la guerra entre Israel e Irán (antigua Persia), justificada por el primer ministro Benjamin Netanyahu bajo el supuesto de que la república islámica chiita dirigida por su líder supremo, Alí Jamenei, tendría la intención de atacar y “borrar del mapa al Estado de Israel”. Ambas naciones, largamente enemistadas, se están haciendo enormes daños en sus capacidades militares, con graves daños civiles colaterales.
Para Occidente es intolerable que Irán desarrolle armas nucleares, por lo que Estados Unidos estaba negociando el programa nuclear iraní y quiere aparentar no estar participando directamente en la conflagración, para poder asumir un papel conciliador; no obstante, el presidente Trump reconoció que estaba al tanto de las intenciones del ataque preventivo de Israel. Los países occidentales de la Otán han manifestado su respaldo al Estado de Israel y, si la causa judía se viera en riesgo, es previsible su mayor involucramiento en el conflicto. Pareciera que, nuevamente, Occidente y Oriente vuelven a enfrentarse.
Hasta el lunes, las bolsas de valores no reflejaron de inmediato un colapso del mercado, quizás porque, como comenta Bloomberg, “después de este año en que las crisis han llegado en oleadas, los operadores de Nueva York a Londres pareciera que optaron por contener la respiración en lugar de huir en masa”.
El oro y el petróleo pudieran subir; las acciones, mostrar cierto descenso, y los bonos estadounidenses pueden oscilar, pero solo habría graves efectos adicionales si se profundiza la guerra. Por ejemplo, habría un fuerte impacto en los suministros y los precios si Irán decidiera cerrar el estrecho de Ormuz, por donde transita el 20% de la producción mundial del petróleo.