Héroes sin capa

Héroes sin capa

Todos somos imperfectos en nuestra perfección, y muchas veces aquel que vemos distinto, no es porque lo sea, sino porque nuestra visión es limitada.

Enlace generado

Resumen Automático

17/06/2025 00:03
Fuente: Prensa Libre 

Invitado al Service Camp 2025, liderado por un grupo de chicas entusiastas y con un gran sentido de apoyo a la comunidad, compartí algunas horas en la Fundación Margarita Tejada. No lo habría hecho sin ellas.


Pasar tiempo —aunque sea poco— con personas que tienen síndrome de Down representa muchas cosas. Posiblemente la más importante sea comprender que no es una enfermedad, sino una condición genética. No es banal la afirmación, porque a la humanidad le ha tomado siglos entenderlo. De un “castigo divino”, reflejado en la novela Extrañas, de Guillermo Arriaga, a una suerte de “enfermedad”, se llegó finalmente a comprender realmente la situación, ¡y eso es muy importante! Un amigo me dijo, cuando casi de madrugada veíamos —al salir a correr— a unos chicos durmiendo entre cartones en la calle: “Dios pudo habernos puesto ahí”. En ese momento tomé conciencia de la diversidad de seres que poblamos el mundo, y asumí humildemente que hay que respetar las diferencias, tener la mente abierta y el corazón compasivo. Todos somos imperfectos en nuestra perfección, y muchas veces aquel que vemos distinto, no es porque lo sea, sino porque nuestra visión es limitada y no está adaptada a nuevas y más amplias formas de ver las cosas. No se trata, como algunos equívocamente piensan, que hay que tenerles compasión, ¡para nada!, sino que la diversidad está conformada por quienes aprenden a una velocidad diferente a la de otros, se comunican de manera distinta a lo tradicional o sus emociones están más presentes en determinados momentos.


Durante la visita compartí labores de cocina. Advirtieron rápidamente que no era tan bueno como pensaba, y que cortar pollo o pimientos era algo que podía mejorar. Estuve preparando brochetas con una tutora y seis alumnos. Cada uno tenía una función que desarrollaba a la perfección, con dedicación, y algo que les falta a demasiados: sentido del humor. Cada trozo de pimientos o zanahoria era objeto de comentarios por el tamaño, el color o haber obviado las instrucciones de la tutora. Yo intentaba formar parte del grupo con comentarios que eran muy bien aceptados por mis colegas, aprendices de chefs, mientras observaba al único chico del grupo, quien preparaba el aderezo cortando ajo y exprimiendo limones, para luego combinarlos magistralmente. Otra de nuestras compañeras del día se afanaba en dejar limpias como patenas bandejas y tablas, además de cortantes cuchillos. Finalmente, en un episodio irrepetible, pinchamos en cada palillo lo cortado, formando coloridas brochetas en función de las ocurrencias y los cambios que hacíamos: pimiento rojo, verde, amarillo, zanahoria y pollo, y repetir el proceso hasta coronarlo con un tomate cherri, y ponerle punto final. El alma, que todo lo advierte, te hace notar inmediatamente que hay personas extraordinarias en la vida ordinaria, y experimentas una sensación indescriptible.

El alma, que todo lo advierte, te hace notar inmediatamente que hay personas extraordinarias en la vida ordinaria, y experimentas una sensación indescriptible.


Recordé aquello de “no solo de pan vive el hombre”, y me sentí empequeñecido ante tanto joven y tutor que diariamente prenden una luz invisible en la Fundación. Una comunidad en la que algunos aprenden materias escolares, otros perfeccionan oficios que les darán independencia, y muchos más, diariamente, comparten jornadas con “sus niños”, porque tienen una vocación que supera cualquier retribución.


Yo, que lo viví, me siento feliz por la experiencia de haberlos conocido. Si hay humidad, allí la vi; si Dios está presente, estuvo en aquella ocasión; si la risa es el alimento del alma, ese día me sacié. Y desde entonces pienso a menudo en esos héroes desconocidos, mientras perdemos demasiado tiempo barnizando nuestro ego, limpiando nuestra imagen o justificando nuestra incapacidad. Gracias, chicos, por haberme aceptado. Seguro las brochetas quedaron deliciosas. ¡Me llamáis para otra!