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Una fuerza económica que desafía adversidades
El amor del migrante a su familia en Guatemala lo lleva a desafiar el riesgo de deportación para seguir aportando a su futuro.
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Cuando viajé el 11 de octubre a Guatemala, rumbo a Huehuetenango, para el VI Encuentro Nacional del Sector Turístico, me senté junto a “Pedro”, un joven de 22 años, también huehueteco. Había migrado a Estados Unidos a los 17, a la misma edad que mi hermano Leonardo lo había hecho. Regresaba con una mochila llena de recuerdos y esperanza. Nunca había volado antes. No llevaba equipaje; lo sé porque lo acompañé hasta la salida, donde su familia lo esperaba. Quizás se autodeportó, no lo sé; en sus ojos había fortaleza y felicidad, aunque en su mente parecía susurrar que, si Dios lo permite, regresará al norte.
Él no formaba parte de los más de 35,600 guatemaltecos deportados desde EE. UU. entre enero y septiembre de 2025, según cifras oficiales. Pero, como ellos, su historia refleja lo que hay detrás de cada número: angustia y separación. Cada retorno revela la urgencia de mejorar la reintegración y hacer de ella una tarea compartida.
En ciudades de EE. UU. prevalece el temor ante los operativos —agresivos y, a menudo, con exceso de fuerza— contra migrantes. Se generaliza la criminalización, pero la inmensa mayoría no tiene faltas ni delitos. Y allí aparece una gran contradicción: por ese mismo amor y deseo de salir adelante, las remesas a Guatemala siguen creciendo y rompiendo récords.
Aunque tienen miedo, muchos guatemaltecos trabajan más y mandan dinero para empezar otra vez en su tierra. Pero en el país prevalecen males como la extorsión contra pequeños negocios. Son esas barreras en Guatemala las que acrecientan las ansias ante la posibilidad de ser detenido, apresado y enviado de vuelta. Aun así, el guatemalteco se anima a salir a laborar, una valentía que, a su vez, mantiene a flote la economía del país.
En Guatemala debemos abrir más oportunidades para que los migrantes que regresan puedan emprender, usar lo que aprendieron y fortalecer sus comunidades. Debemos aprovechar sus conocimientos, su bilingüismo y, a menudo, trilingüismo, para impulsar el desarrollo local. Mientras tanto, las remesas que ellos y millones de guatemaltecos envían siguen siendo el principal pilar económico del país. Se estima que en 2025 podrían alcanzar los US$25 mil millones.
Cada migrante que regresa trae consigo trabajo, experiencia y sueños que pueden levantar a Guatemala.
Las crecientes remesas reflejan la gran capacidad de trabajo de los guatemaltecos. En EE. UU., laboralmente somos elogiados por nuestra responsabilidad, actitud positiva y capacidad de esfuerzo. Pero ese maravilloso potencial contrasta con la prevalente fragilidad estructural del país.
Hacen falta buenos administradores públicos. Cada funcionario corrupto, cada intento de dañar la democracia, cada fallo en el desarrollo de la seguridad pública, la infraestructura, la salud o la educación constituye un atentado a la construcción de ese país que todos los guatemaltecos deseamos, dentro y fuera de Guatemala.
Por supuesto, en EE. UU. hay ahora familias impactadas por la deportación, comunidades donde la mano de obra empieza a escasear y las economías locales pronto se verán afectadas por esos impuestos no recolectados. La propia realidad empezará a cuestionar los criterios rígidos que hacen daño si no se orientan al bien común de la gente.
Por eso es necesario insistir en la construcción de un verdadero Sueño Guatemalteco, en el cual no se tenga que migrar forzadamente por la pobreza, la violencia o la falta de empleo, sino como una opción de crecimiento. Un país en el cual se pueda vivir ganando con dignidad el sustento diario y la capacidad de cumplir objetivos.
Más allá de los números, la migración ha sido y sigue siendo un llamado de atención nacional a transformar el rumbo de nuestra historia. No podemos seguir solo enviando nuestro talento y nuestra fuerza joven a cambio de dólares, pero para eso debemos emprender desde ya una ruta con visión proactiva, productiva e innovadora.