El obsequio de la vida

El obsequio de la vida

Shakespeare tenía razón: “ser o no ser”.

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Resumen Automático

29/07/2025 00:04
Fuente: Prensa Libre 

Fue al lado de alguien muy querido, mientras caminábamos, que esa verdad imperecedera se me volvió a revelar: nuestra era ha levantado sus cimientos sobre una mentira absurda, la de confundir nuestro “hacer” con nuestro “ser”. Como si la esencia misma de nuestra existencia se redujera a una carrera interminable de metas, cimas, logros y sobrevivencias acumuladas.

De la serie Estoy harto de la política

Nos hemos vuelto adictos al movimiento permanente, confundiendo actividad con evolución, y en esta carrera desenfrenada hacia un futuro que siempre le da la vuelta a la manzana, perdemos en la constancia del tiempo el obsequio más sagrado, la vida misma desplegándose en el “aquí y en el ahora”, en toda su misteriosa magnificencia.

¿Sabremos distinguir entre lo que trasciende y lo que simplemente nos distrae? Porque es que nunca estamos verdaderamente presentes en el momento que estamos viviendo, sino que andamos un letargo espiritual buscando en el futuro incierto o excavando en el pasado inmutable esa satisfacción que creemos encontrar en las demandas que el entorno nos ha impuesto, especialmente en ese insaciable ego: más posesiones, mejor estatus, títulos, fama, riquezas —¿quién no las quiere?—, viviendo para trabajar en vez de a la inversa, mientras las familias se desintegran lentamente y el mundo se fractura hacia una demencia cada vez más oscura, bajo el peso de nuestra ceguera colectiva.

Pocos levantan realmente la vista para contemplar el eterno presente en el que existimos y despertado a la conciencia para comprender que habitamos un diminuto planeta perdido en medio de tantas estrellas como granos de arena en una playa, apenas una pequeña parte de algo infinitamente mayor.

Nuestra existencia cotidiana sigue siendo dictada por otros, con una docilidad manipulada que asombra: los anuncios de lo que debemos desear, los algoritmos siguiendo nuestros intereses con hipnótica obediencia.

El estatus creado artificialmente se convierte en nuestra identidad más profunda, y hasta permitimos que malabarismos egocéntricos diseñados por otros corrompan el ADN y su belleza única e irrepetible de nuestro ser individual.

Pero existen momentos que, más que momentos, son instantes sagrados que rompen esta ilusión colectiva, instantes vividos que se transforman milagrosamente en tus hijos, sus manitas en la tuya mientras descubren el mundo desde su inocencia divina; las vivencias de su infancia que se entrelazan misteriosamente con los recuerdos de tu propia niñez que llevas guardados en algún rincón del alma; sus nacimientos, que nos conectan con el misterio insondable de la vida; las muertes de nuestros padres, que nos enfrentan sin anestesia con la eternidad.

Toda la existencia desenvolviéndose como una espiral ascendente que nunca termina y que nos lleva inexorablemente hacia esa conciencia final de que todos somos uno, creados por un Creador cuyo amor se manifiesta de maneras que para algunos encajan perfectamente en el mensaje cristiano y para otros encuentran expresión en sus propias concepciones espirituales sobre quiénes somos, qué hacemos aquí y hacia dónde nos dirigimos.

Escribo estas palabras precisamente ahora, mientras me gozo con mi nieta que está próxima a ser médico, en este viaje de cuatro días que hemos dedicado exclusivamente a compartir este obsequio de la vida con sabor de maravilla.

Y su mano, ya de mujer, en la mía, caminando juntos en esta linda tarde, hace que el ahora del día sea absolutamente perfecto.