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Nimiedades ediles disfrazan negligencia
Los índices de calidad de gestión edil reflejan poca innovación.
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Desde noviembre, el bulevar principal de la cabecera de Tiquisate, Escuintla, pasó de tener cuatro carriles a solo dos, por donde sigue transitando la misma cantidad de vehículos, transporte pesado y de pasajeros. La alcaldía levantó el pavimento de un lado y excavó para la nueva capa asfáltica. Pero ya van más de ocho meses sin que el proyecto avance. Con la llegada de las lluvias se formaron estanques que al poco tiempo devinieron en ciénagas pestilentes en donde pululan mosquitos. Pero eso sí, en diciembre hubo desfile hípico y no faltan las “elecciones de reinas”, mientras la infraestructura central del casco urbano sigue boquiabierta y en franco deterioro.
Este contraste no solo ocurre en esta localidad. En municipios del país es posible observar rezagos urbanísticos, obras inconclusas, falta de drenajes, falta de plantas de tratamiento de aguas y peor aún de centros de clasificación de desechos, botaderos clandestinos. Pero eso sí, para las fiestas patronales —en muchas de las cuales ya no se sabe a qué “patrones” celebran— se observa derroche de recursos. El afán es el de congraciarse con los pobladores y posicionar la figura del alcalde, o de algún delfín, en caso de que el primero esté pensando lanzarse al tinglado por alguna futura diputación, a menudo apoyado por oscuros patrocinadores.
En lo que va del año, municipalidades del país han gastado Q11 millones en tales actos de exhibición. Además de los desfiles de jinetes —con todo y exhibiciones de armas de alto calibre—, onerosos caballos de escuela, jaripeos y las coronaciones; también hay conciertos “gratuitos”, conmemoraciones del Día de la Madre, del Maestro y de lo que aplique para el clientelismo. La excusa es inevitablemente demagógica y amarrada a la mezcla de pan y circo.
Esta politiquería pervierte la función edil y desdice las obligaciones asumidas, por juramento. Pero sobre todo contrasta con los rezagos en el desarrollo de los municipios y en el fortalecimiento del servicio institucional. Los índices de calidad de gestión edil reflejan poca innovación e incluso descuido total de ciertas áreas, como los planes de ordenamiento territorial, la cuentadancia de proyectos o la conservación ambiental, de la cual depende el agua potable que tanto vociferan los cinco, 10 y hasta 15 candidatos que se disputan la silla cada cuatro años.
De hecho, el lunes último también se anunció que el Ministerio de Ambiente había rebajado la vara de la clasificación de desechos, limitándola a la separación entre desechos orgánicos e inorgánicos. Numerosos alcaldes, incluyendo a algunos que presumen de tener títulos profesionales, se opusieron a la plena aplicación de la separación de plásticos, vidrios, papel y orgánicos, pese a la creciente necesidad de sanear el entorno. Otro combo ha buscado evadir la construcción de plantas de tratamiento de aguas residuales; prefieren seguir arrojando inmundicias que afectan a otras localidades río abajo. Dicen no tener recursos.
Entretanto, los partidos políticos —a los cuales se adscriben los alcaldes, exalcaldes y aspirantes a la vara edil, por conveniencia y clientelismo, a menudo con cuotas prepagadas— se lavan las manos de lo que hacen sus integrantes, escudándose en la “autonomía” municipal. A la larga es la ciudadanía de cada poblado la que tiene en sus manos una poderosa balanza, a menudo en desuso, pero que puede cambiar la historia: sopesar despilfarros, eventos vacuos y bagatelas populistas versus las necesidades del desarrollo, el abordaje de los problemas urbanos y rurales, pero sobre todo el futuro que le espera a sus hijos bajo tales negligencias.