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Cómo el tema de Epstein ha consumido a Washington, de la Casa Blanca al Congreso
El caso de Jeffrey Epstein, agresor sexual y otrora amigo del presidente Trump, se ha convertido en un gran dolor de cabeza para el gobierno estadounidense.
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La saga de Jeffrey Epstein ha desviado las conferencias de prensa del presidente Donald Trump y consumido la atención de la Casa Blanca.
Ha dado pie a una intensa revisión por parte del Departamento de Justicia que, según un denunciante, ha movilizado a mil agentes del FBI, algunos de ellos en turnos de 24 horas.
Y esta misma semana provocó el cierre anticipado de la Cámara de Representantes, paralizando la actividad legislativa en Washington.
El caso Epstein ha dominado al gobierno de Trump y a Washington de un modo que pocos podrían haber previsto, casi seis años después de que Epstein, un delincuente sexual convicto, muriera en su celda de la cárcel en 2019. Las autoridades determinaron que falleció por suicidio, pero el caso ha fascinado a los teóricos de la conspiración, incluidos muchos seguidores de Trump.
Junto a todos los grandes asuntos que el gobierno de Trump planeaba abordar en el segundo mandato del presidente —una campaña de control en las fronteras, la imposición de fuertes aranceles a países de todo el mundo y el desmantelamiento de organismos gubernamentales enteros—, la publicación de los archivos Epstein pudo haber sido un asunto menor, una pequeña recompensa para algunos de los partidarios más expresivos de Trump en el movimiento MAGA.
Pero el asunto menor se convirtió rápidamente en un gran dolor de cabeza.
La fiscala general Pam Bondi prometió en repetidas ocasiones más de la cuenta y no cumplió lo que iba a revelar a los fieles de MAGA, quienes están ansiosos por investigar el torrente de teorías sobre Epstein y su muerte. Entre ellas: que los demócratas mandaron matar a Epstein en la cárcel, que chantajeaba a ricos y famosos y que pertenecía a una agencia de inteligencia extranjera, a pesar de la falta de pruebas que respalden cualquiera de esas afirmaciones.
Cuando Bondi difundió unas carpetas llenas de documentos con el título Los archivos Epstein, parte 1, fueron ampliamente tachadas de decepcionantes.
Nunca hubo una segunda parte.
En lugar de eso, el Departamento de Justicia publicó en julio un memorando sin firma en el que informaba a los seguidores de Trump de que su análisis de los archivos “no reveló ninguna ‘lista de clientes’ incriminatoria”.
“Tampoco se encontraron pruebas creíbles de que Epstein chantajeara a personas prominentes como parte de sus acciones”, señalaba el memorando. “No descubrimos pruebas que pudieran fundamentar una investigación contra terceros no acusados”.
La reacción no se hizo esperar, y políticamente Trump quedó en una posición complicada. Comenzó a arremeter contra sus propios partidarios, tachándolos de “débiles” por seguir hablando del caso y acusándolos de estar cayendo en una “estafa” perpetrada por los demócratas.
Los demócratas estuvieron más que encantados de involucrarse, e iniciaron gestiones en la Cámara de Representantes para forzar votaciones de procedimiento que obligaran al Departamento de Justicia a hacer pública la información sobre el caso Epstein.
El presidente de la Cámara, Mike Johnson, aliado de Trump, anunció el martes que interrumpiría las actividades legislativas de la semana y enviaría a la Cámara a casa anticipadamente el miércoles para el receso de verano, a fin de evitar que se tuvieran que realizar votaciones sobre la divulgación de los archivos relacionados con Epstein.
“Ya basta de que nos den sermones de transparencia”, dijo Johnson.
La sorprendente decisión del presidente de la Cámara se produjo después de que un denunciante acudiera al Congreso para informar sobre la intensa revisión de los archivos llevada a cabo por el Departamento de Justicia.
El senador Richard Durbin, de Illinois, el segundo demócrata del Senado, dijo que el denunciante informó a su oficina de que unos 1000 agentes del FBI habían recibido instrucciones de “señalar” cualquier registro que mencionara a Trump en los archivos.
“Básicamente, se retiró a los agentes de sus labores de campo, combatiendo narcotráfico y crímenes violentos, para que revisaran esa montaña de documentos”, dijo Durbin. “Según el denunciante, se detuvieron otras labores importantes del FBI”.
Epstein y Trump se relacionaron públicamente como amigos durante años, antes de que se produjera un desencuentro hacia 2004. Registros judiciales muestran que Trump estuvo entre aquellos que viajaron en el jet privado de Epstein.
Karoline Leavitt, secretaria de prensa de la Casa Blanca, ha dicho que Trump prohibió a Epstein la entrada a su club de Mar-a-Lago “por ser un asqueroso”.
Michael Ricci, exasesor principal de comunicaciones de los presidentes republicanos de la Cámara Paul D. Ryan, de Wisconsin, y John A. Boehner, de Ohio, dijo que nadie podría haber anticipado que la historia de Epstein acapararía la atención en Washington de tal manera, pero comentó que presidentes de la Cámara anteriores habían intentado utilizar el receso de agosto para evitar lidiar con asuntos complicados.
“El cálculo del presidente de la Cámara es que esto le da tiempo y espacio al gobierno”, dijo Ricci. “Por lo general estas situaciones solo se agravan, y el presidente de la Cámara y el equipo de liderazgo volverán a encontrarse en una encrucijada similar en torno al Día del Trabajo”, que en Estados Unidos se celebra el primer lunes de septiembre.
El gobierno de Trump ha intentado desviar la atención y la culpa hacia otro lado. Pidió a una jueza de Nueva York que hiciera públicas las transcripciones del gran jurado relacionadas con Epstein, a lo que la jueza se negó. Si la controversia no desaparece, Trump podría verse obligado a considerar algunas medidas adicionales, como el nombramiento de un fiscal especial, dijo Ricci.
“Si no puedes comprar confianza, compras tiempo”, dijo. “Si no vas a seguir adelante con las revelaciones, tienes que ganar tiempo y prometer a la gente que volverás en seis u ocho meses con algo. Simplemente lo han dejado abierto”.