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La fatiga moral en la resaca de las remesas
Los próximos cinco años podrían traer otros US$100 mil millones de remesas.
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Después de 20 años de casi echarse a cuesta las economías locales de los lugares que los vieron partir, los migrantes y sus familias atraviesan una doble desilusión. Con todo lo que está pasando en el norte, cada vez sueñan menos americano. Y su país natal, el que lustro tras lustro recibió chorros de remesas, no hizo un solo esfuerzo, ni siquiera un solo esfuerzo, por capitalizarlas de manera estratégica. El sentimiento natural a nivel nacional debe ser uno de remordimiento. Aquel que viene después de una borrachera. La borrachera y la danza de los millardos de dólares. Las cantidades durante todo este siglo han sido espeluznantes. Solo en los últimos cinco años, los bancos nacionales tuvieron sus bocas ampliamente abiertas y recibieron US$100 mil millones de ese concepto. Pero hoy, con certeza solo se sabe una cosa sobre el destino de esos dineros. Hoy solo se sabe que el dinero se fue a lo que a cada quien, con sus alcances y limitaciones, se le ocurrió.
Y, como a todo borracho arrepentido, vienen luego momentos de susto, cuando promete corregir el rumbo. Así como quien jura al mundo no volverse a tomar un trago, hoy, en el país receptor, Guatemala, colectivamente empieza a sonar preocupación entre quienes llevan medida a estas divisas salvadoras. El banco central ha pronosticado por centésima vez una desaceleración de remesas para el próximo año. Todas las anteriores, sus predicciones han caído en el exceso de cautela. Esta vez, sin embargo, hay factores poderosos que traen ansiedad: en las estimaciones del analista Mario Arturo García, hasta 200 mil guatemaltecos no viajaron a EE. UU. este año por el cierre de fronteras, perdiéndose un crecimiento de US$1 millardo. Además de eso, se viene el nuevo impuesto en enero, lo cual tiene adivinando a medio mundo sobre cómo impactará en el comportamiento de las familias migrantes. Dudo, sin embargo, que hayan realizado una entrevista en campo para evitar la especulación.
La tendencia indica que aún se puede capitalizar futuro sobre las remesas.
Mientras tanto, alguien que conozco en Virginia manda a Guatemala sus últimos ahorros que, lo imagino, guardaba en billetes enrollados en su casa alquilada en un suburbio de Richmond. Siempre quiso construir su casa, dice, pero algo —como la vida— se le atravesó en el intento. Hoy, tres hijos y una operación de pierna después, empieza a ponerse nervioso ante la posibilidad de que esa que fue su prioridad no se cumpla jamás. Su falta de visa lo expulsa de su único hogar. ¿A qué vendría a Baja Verapaz? No sabe. Aun, responde con calma. Cualquier otro mortal estaría en situación de infarto. En sus años allá, equipó la casa y compró carros, que usa para el trabajo. Y proveyó generosamente, este buen hombre de familia. Pero su voz denota una fatiga colectiva. Piensa regresar a Guatemala. Tendría un capital significativo, pero solo si se reinvierte. Destinado al consumo, no duraría ni dos años. Le pregunto e intenta pensar. Le faltan aliados; está desmoralizado.
Toda borrachera, todo error, trae oportunidad de aprendizaje. Lo contrario es la actitud del perdido, de quien no logra su dominio, del que cae a la suerte de sus propias debilidades. Este no puede ser el caso de Guatemala. El país, máximo receptor de remesas mundial, no lo soportaría. La tendencia indica que aún se puede capitalizar futuro sobre las remesas. Aun sin crecimiento interanual, los próximos cinco años podrían suponer otros US$100 mil millones. Pero personas esforzadas, del máximo talante imaginable, necesitan dirección, acompañamiento y oportunidad. Hay fatiga moral, profunda y colectiva. Piden a gritos claridad, en un ambiente donde la música aún no se ha apagado. En el presente siglo, el país ya recibió Q1,500 millones de remesas, que lo alimentaron ese tiempo. Ahora toca proponer futuro. Toca aprender de la borrachera. De la especulación no informada y de haber actuado sobre suposiciones. Sin planes ni objetivos, sobre semejantes sumas de dinero.