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El oráculo político salvadoreño
Las coincidencias entre nuestros países son muchas más que las diferencias, como para no tomarlas en serio.
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Aún recuerdo cómo, a finales de los años 70, los principales estrenos cinematográficos de Hollywood llegaban a las salas de cine de El Salvador con por lo menos un mes de anticipación a nuestro país. Nunca entendí la razón de ello, pero ciertamente era motivo de envidiar a nuestros hermanos salvadoreños el que ellos pudieran comentar sobre los contenidos de esta o aquella película, mientras en Guatemala aún no habíamos podido verlas. Sin embargo, no solo ha sido en el mundo del cine en lo que aquel hermano país se nos ha anticipado. Curiosamente los grandes acontecimientos políticos también han replicado este curioso y extraño patrón.
Hagamos una revisión rápida de eventos políticos comparando la línea de tiempo de El Salvador con la de Guatemala. La renuncia del gobernante Maximiliano Hernández Martínez, en mayo de 1944, precedió con pocos días la renuncia que presentaría su homólogo Jorge Ubico en el mes de junio de ese mismo año. El golpe de Estado que derribó al general salvadoreño José María Lemus precedió al que derribó a su compañero de faenas integracionistas, el general Ydígoras Fuentes, con apenas tres años de diferencia. La presencia de un partido político hegemónico, el de Conciliación Nacional, fundado en 1961 y rector de los destinos de El Salvador por más de una década, anticipó la creación de un partido similar, el PID en Guatemala, que también controló la escena política en los años 70.
Deseo dejar constancia de esta sospechosa recurrencia histórica entre nuestros dos países.
Si aún quedan dudas, acá otros ejemplos. El discutido proceso electoral salvadoreño, que cerró la posibilidad de la llegada al poder de la Democracia Cristiana (DC) en 1972, se anticipó apenas dos años a lo que sucedió en la elección guatemalteca de 1974. ¿A quién no le permitieron asumir entonces aquí? Pues a la Democracia Cristiana. El golpe de Estado de 1979, ejecutado por la “juventud militar” en El Salvador, ocurrió unos pocos años antes del golpe ejecutado por los “oficiales jóvenes” en 1982 en Guatemala. Duarte, de la DC, llegó a la Presidencia en el país vecino en 1984. Cerezo, del mismo partido, llega dos años después. La firma de la paz en El Salvador en 1992 también se adelantó a la paz en Guatemala, suscrita en 1996. La llegada al poder de un proyecto de derechas con una agenda económica de modernización en El Salvador, en 1989, predijo lo sucedido con su casi gemelo en Guatemala en 1996. En fin, no pretendo abrumar con fechas o nombres, solo dejar constancia de esta sospechosa recurrencia histórica.
Algunos pueden cuestionar, con razón, que no todo es replicable. El fracaso electoral de la URNG aquí no correspondió al desempeño electoral del FMLN allá. Pero las coincidencias son muchas más que las diferencias, como para no tomarlas en serio. Hoy, en Guatemala hay quienes buscan replicar el fenómeno del actual presidente salvadoreño, apelando, sin saberlo, a esta cábala de la historia. Algunos han importado la marca del partido, buscando que la franquicia les otorgue réditos. Otros han adoptado el lenguaje y carácter desafiante del gobernante vecino, a la espera de beneficiarse de los discursos parecidos. Otros simplemente se han llegado a vestir como él, quizá esperando que genio y figura se puedan replicar.
¿Es posible vaticinar que aquí pueda pasar lo que pasa allá? Séneca decía que la historia es maestra de la vida. Pero, así como las comparaciones sugieren que es una posibilidad, también hay que recordar que nuestras particularidades hacen de Guatemala un país menos dirigible en ese formato. Yo, al menos, cumplo con recordar este capricho de nuestras historias comparadas.