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El fanatismo en nuestros tiempos
La mentalidad autocrática subsiste y avanza con su lógica deshumanizante.
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El fanatismo se traduce en la adopción de actitudes de adhesión y defensa incondicional de una creencia, un dogma, una causa, un proyecto o un líder. Dicha devoción está determinada por la pasión, el frenetismo o la excitación extrema que impide a la persona abrir su mente a otras apreciaciones, razones, posiciones, así como al pensamiento crítico y a la autocrítica reflexiva. Generalmente, el fanatismo desemboca en el radicalismo, la intolerancia, la irracionalidad, el odio y la violencia. Inequívocamente, el fanatismo puede llevar a la total despersonalización del individuo, a la pérdida de su autonomía, a la desestimación de la responsabilidad de sus actos y a ser instrumentalizado al máximo por el jefe, caudillo o patrón.
La mentalidad autocrática subsiste y avanza con su lógica deshumanizante.
El fanatismo, en lo religioso, ha sido motivo de confrontaciones y guerras a lo largo de la historia. La intolerancia y defensa de posiciones irreductibles, en cuestiones de creencia o fe, ha llevado a miles de personas a la muerte. En ese sentido, cabe recordar las cruzadas, la Inquisición, la Guerra de los Treinta Años, la Yihad de la espada y la catástrofe humanitaria derivada de la escisión de la India y Pakistán, entre otros eventos sangrientos.
En lo político, la historia también está plagada de fanatismos intransigentes e incontenibles, que consideran al otro, al chivo expiatorio, como el enemigo mortal en su afán de conquista, destrucción, esclavitud, opresión y muerte. Fanáticos racistas durante el siglo XX perpetraron, entre otros, los genocidios congoleño y armenio, el Holocausto bajo el régimen nazi, el apartheid sudafricano y la hambruna ucraniana.
La Guerra Fría, que se inició después de la II Guerra Mundial y terminó en los años 90 del siglo pasado, alentó a fanáticos ensoberbecidos a cometer horrendos crímenes de odio y opresión, entre otros, la muerte de millones de seres humanos en los gulags estalinistas en la URSS, las masacres durante la Revolución Cultural en China, el genocidio camboyano, la hambruna china, las masacres cometidas por los contendientes durante el enfrentamiento armado interno en Guatemala y la enorme mortandad durante las guerras de Vietnam y entre Irán e Irak.
Lamentablemente, a pesar de la vigencia del derecho internacional de los derechos humanos, de la prohibición de la guerra (Carta de la ONU) y de la agresión (Estatuto de Roma), así como de los esfuerzos por erradicar la intolerancia y el despotismo en el mundo, la mentalidad autocrática subsiste y avanza con su lógica deshumanizante, concentradora de poder y abusadora de la autoridad, o sea, irrespetuosa de los derechos humanos, represiva del pluralismo y la participación, así como enemiga de la transparencia, la rendición de cuentas y la lucha contra la corrupción y la impunidad.
Hoy en día, los populistas fanáticos, enemigos jurados de la democracia liberal, pretenden socavar la institucionalidad e imponer un régimen orwelliano, de corte totalitario, basado en la fuerza y la arbitrariedad; que restrinja los derechos y libertades bajo un permanente régimen de excepción, que asegure la autocensura, el miedo a expresarse y la represión de opositores, disidentes e indeseables, así como que relativice la constitucionalidad.
En mi opinión, el fanatismo y la insensatez deben contrarrestarse con transigencia, tolerancia y ecuanimidad, haciendo valer el sentido común, el libre juego de opiniones, el diálogo abierto, la reflexión crítica, así como con la no violencia y la resolución pacífica y justa de las controversias. “Para una persona no violenta, todo el mundo es su familia”, afirma Gandhi.