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La Ruah: fuerza dinámica y femenina de Dios
La situación de la sociedad guatemalteca también es de miedo, incertidumbre y de puertas cerradas.
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La Buena Noticia del domingo de Pentecostés presenta a Jesús en medio de sus discípulos que están encerrados y con miedo. (Juan 20, 19-23). Les transmite la Ruah, es decir, el dinamismo del Espíritu y la presencia femenina del Dios que abre puertas, infunde valentía y pone en salida hacia el mundo para contagiarlo del mismo Espíritu con el don de la paz y la alegría, el perdón y la reconciliación.
En el ámbito eclesial percibimos apatía, cansancio y falta de creatividad.
La situación que hoy vive la sociedad guatemalteca también es de miedo, incertidumbre y de puertas cerradas, haciendo la vida más difícil, compleja y desafiante para la mayoría de la población. Ciertamente entre nosotros son otros factores los que inciden, muy distintos a las amenazas que enfrentaban las comunidades en Palestina hace dos mil años bajo el Imperio romano.
Por ejemplo, la pandemia nos dejó heridos y más empobrecidos; las estructuras criminales de corrupción e impunidad incrustadas en el sistema de justicia siguen activas y no dejan que el país despegue en toda su potencialidad; las Redes Político-Económicas Ilícitas que han cooptado las instituciones de nuestra frágil democracia, por el enorme poder que tienen, además de obstaculizar el desarrollo humano integral, y promueven la polarización y la división entre los mismos guatemaltecos.
En el ámbito eclesial percibimos apatía, cansancio y falta de creatividad; la alegría que mostramos es superficial, vacía y no contagia; la “autorreferencialidad” se impone como criterio dominante y nos enferma, el encierro nos asfixia y agota, el miedo nos paraliza y hace ver fantasmas, el desencanto ha permeado nuestras vidas, la incertidumbre nos desespera y angustia. Entre los agentes de pastoral: presbíteros, obispos y lideres laicales hemos perdido creatividad y entusiasmo por el evangelio y la misión al estilo de Jesús. Hemos caído en la actitud “del siempre se ha hecho así”. En pocas palabras, nos falta aliento, alma, vida, Ruah.
En ese contexto social y eclesial celebramos Pentecostés, que debería ser una fuerte sacudida en las comunidades eclesiales y en todo el país, como la de un viento huracanado que levanta la basura, rompe con la mediocridad y desbarata lo falso.
Pentecostés abre las puertas cerradas por nuestro egoísmo y comodidad, nuestra soberbia y vanidad, sobre todo las del corazón, la mente y la vida, para ser incluyentes en una sociedad cada vez más plural, abierta y lanzada al futuro con esperanza.
También contribuye a superar traumas y miedos ante aquellos malos guatemaltecos que se dedican a perseguir y criminalizar, desde el régimen de impunidad que los protege y los cargos que ostentan, para mostrar un compromiso audaz y valiente hasta desalojarlos de las instituciones que usurpan.
Pentecostés es “el hoy de Dios” para vencer las situaciones de tristeza y angustia que experimentan los empobrecidos al carecer de “Tierra, Techo y Trabajo” y alcanzar aquella alegría auténtica que dignifica y humaniza.
Hoy más que nunca necesitamos del Espíritu de Jesús, como el aire que nos permite respirar para seguir viviendo con alegría y creatividad, y nos une a todos en la común atmósfera del caminar juntos, en sínodo, en Iglesia y como nación.
Necesitamos del Espíritu, como el fuego que da calor y hace arder nuestros corazones en medio de la frialdad que hoy nos caracteriza. Necesitamos del Espíritu, como el agua que con la lluvia fecunda los campos de Guatemala para que den los frutos de la justicia y la paz, la fraternidad universal y la amistad social.
El Espíritu de Jesús es “luz que penetra las almas, fuente del mayor consuelo, descanso de nuestro esfuerzo, brisa en las horas de fuego, gozo que enjuga las lágrimas y reconforta en los duelos”.