El mundo entero quedó altamente sorprendido el lunes, ante el inesperado ataque ucraniano destructor del 35% de la fuerza aérea rusa, de 41 aviones en el suelo de ocho aeropuertos, y ayer remató la burla a Rusia con la destrucción de un puente en Crimea. Se destruyeron bombarderos estratégicos como el mortífero Tu 95, una verdadera joya de diseño y elegancia mortales. Ese golpe maestro ya ingresó en la lista de acciones sorpresivas, inesperadas y destructoras, además de agregar rabia de la incapacidad de descubrir el plan de ataque, el largo tiempo de su preparación y el haberlo logrado en soledad y abandono de al menos un exaliado ahora colaborador de los invasores. El ataque entra en la lista de acciones similares entre fuerzas de poder diverso.

Vale la pena mencionar algunos. En 1942, bombarderos bimotores B25 lanzados desde un portaviones estadounidense atacaron a Tokio, con la meta de causar temor ante nuevos ataques en la población. En 1963, aviones israelíes de guerra volaron a pocos metros, casi rasantes, para destruir al atardecer, se elevaron y por la posición del sol no fueron vistos. El tercero, en 1982, lo protagonizaron viejos aviones militares argentinos de origen estadounidense y francés, lanzados también a pocos metros de las olas para atacar con misiles franceses Exocet, en la guerra de las Malvinas. Inglaterra nunca admitió cuántos barcos fueron hundidos, pero son al menos dos. Luego, el apoyo estadounidense y chileno fue fundamental para la derrota argentina, hace 43 años.

Todo fue terrible para Rusia. Los ucranianos enviaron desarmados numerosos drones hasta las cercanías de los aeródromos. No es posible realmente creer al cien por ciento las versiones ucraniana y rusa, pues como siempre la primera baja es la verdad. Sin embargo, al analizar otros factores, es menos creíble la versión de Rusia, encabezada por un zar moderno, quien en forma ostentosa anunció al atacar a Ucrania una victoria de pocos días, pero la realidad ha llevado al enfrentamiento a más de tres años y tres meses, con miles de pérdidas humanas, sobre todo de civiles inocentes, calificados sarcásticamente de “bajas colaterales”. El letal ataque tuvo otro elemento adicional: su sorpresa, porque Ucrania estaba siendo obligada a retroceder y ese ataque comprobó su capacidad militar.

Rusia agregó más bajas no solo simbólicas sino muy dañinas, como el hundimiento del crucero lanzamisiles Moscú, buque insignia de la flota del mar Negro en abril de 2022; la masiva destrucción de tanques con armas portátiles y livianas transportadas por soldados de infantería, y ahora la pérdida de 41 aviones de guerra de primer nivel, con un costo total de 7 mil millones de dólares, destrozados gracias al arma insignia de esta guerra: los drones, de costo mínimo al compararlos con el millonario costo de cada uno de los aviones. La fuerza aérea rusa se encuentra en un aprieto y ahora la gran incógnita es la reacción interna y externa de Putin ante esa afrenta mortal, y también cómo se preparará Ucrania para repeler o inutilizar la revancha.

Ya circulan por el mundo fotografías de los Tu 95 destrozados en cuatro aeropuertos militares. La purga de militares de alto nivel es un hecho seguro, y la posibilidad de una ampliación a otros países europeos de las acciones militares rusas parecen haber disminuido su efecto y solo quedarían en el arsenal del Kremlin las armas atómicas, convertidas entonces en amenazas tácitas. A pesar de lo afirmado, las barajas en la mano de Zelenski​ tienen alto valor, no porque sean ases, sino por la combinación del valor de otras en este juego cuyos resultados hagan retroceder actividades comerciales, turísticas y una larga lista aún no especificada. Falta ver la reacción estadounidense y quién será purgado como responsable, pues quien en realidad lo es, jamás lo aceptará.