La trampa de la inmanencia

La trampa de la inmanencia

Jesús enseña que el futuro de salvación es trascendente y Dios establecerá su reino como don.

Enlace generado

Resumen Automático

29/11/2025 00:05
Fuente: Prensa Libre 

Indagar qué va a pasar dentro de unos años en cualquier ámbito de la actividad humana es una tarea vana. Se pueden hacer cálculos estadísticos y la inteligencia artificial puede esbozar la situación futura en los diversos ámbitos sociales a partir de los factores y tendencias que los configuran en el presente. Pero allí donde interviene la libertad no hay predicción posible. La libertad es factor de indeterminación. Las encuestas electorales fallan frecuentemente en sus previsiones. El futuro nos evade. Sin embargo, los humanos tomamos decisiones en el presente de acuerdo con el futuro que esperamos.


La Biblia desarrolla su contenido como promesa de Dios para el futuro. Con esta diferencia: En el Antiguo Testamento el futuro de salvación que Dios propone es, en gran medida, inmanente, histórico. La mayoría de los textos proféticos vislumbran un futuro cuya fecha solo Dios conoce, cuando habrá paz, justicia, salud, concordia, dignidad humana, rectitud; cuando un gobernante justo promoverá una sociedad fraterna y donde incluso la muerte será alejada para permitir una vida de larguísima longevidad. Solo los textos apocalípticos del Antiguo Testamento se atrevieron a romper el esquema de la inmanencia y comenzaron a vislumbrar tímidamente que el futuro de salvación sería irrealizable en este mundo. En esa fractura de la inmanencia se desarrolló el mensaje de Jesús.

Crecerá la corrupción y la injusticia.


Efectivamente, la salvación que Jesús propone es totalmente trascendente. Este mundo histórico colapsará y solo entonces se establecerá un mundo nuevo, donde reinará la santidad y la paz, la muerte será vencida y los creyentes compartirán plenamente la vida de Dios. Jesús jamás prometió un futuro de paz, prosperidad, justicia en este tiempo. Por el contrario, él fue claro en predecir que la perversidad humana crecerá, que el acoso y la persecución a sus seguidores se agravará, que incluso este mundo colapsará. El único futuro de salvación tendrá lugar más allá de este tiempo y de este mundo, aunque nada impide mejorar las condiciones de vida en este mundo. El reino de Dios comienza ahora, pero alcanzará su plenitud como un don trascendente de Dios.


Y la razón es simple. El pecado humano tiene perdón de Dios, pero marcará siempre la historia. Por lo tanto, la idea de que habrá un futuro histórico donde no haya pecadores ni corruptos ni delincuentes ni ladrones ni violentos ni ambiciosos enquistados en las instituciones de la sociedad, públicas o privadas, es una ilusión engañosa. La fe y la práctica religiosa cristiana contribuyen a mitigar la incidencia del mal en la medida en que más y más personas adquieran conciencia de que son moralmente responsables ante Dios. Para el cristiano, esperar una salvación trascendente no es una evasión, sino que es el impulso teológico y moral para sostener un comportamiento constructivo en este tiempo caduco y malo. La idoneidad para participar en la salvación futura y trascendente se adquiere ahora por una conducta recta y solidaria con los necesitados. Pero la tendencia cultural actual hacia la descristianización nos permite deducir que esa motivación para una vida recta se debilitará. Crecerá la corrupción y la injusticia.


Sin embargo, las llamadas “teologías políticas”, influidas por idealismo filosófico de Hegel y por materialismo dialéctico de Marx, han introducido la trampa de la inmanencia en el pensamiento de muchos católicos y en su acción pastoral en una especie de vuelta al Antiguo Testamento. De modo que se vuelve a creer que el reino de Dios se realizará en la historia y convocan al empeño para “construirlo”. Pero Jesús enseña que el futuro de salvación es trascendente y Dios establecerá su reino como don.