Revolución educativa

Revolución educativa

No necesitamos ir tan lejos para encontrar esperanza.

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Resumen Automático

06/08/2025 00:00
Fuente: Prensa Libre 

No puede parecernos normal un país donde miles de niños y niñas caminan horas para llegar a una escuela sin techo, pero con esperanza. Donde maestras enseñan con amor, aunque no tengan libros. Donde comunidades enteras se organizan para abrir una biblioteca con donaciones y sueños. Tal vez ha llegado el momento de reimaginar la educación como lo hicieron los grandes pensadores y reformadores. ¿Por qué no soñar como lo hicieron ellos? ¿Por qué no transformar como lo siguen haciendo hoy quienes creen, contra todo, que educar sigue siendo el camino?

No necesitamos ir tan lejos para encontrar esperanza.

Paulo Freire, desde Brasil, nos enseñó que educar es liberar; que la alfabetización no es solo aprender a leer palabras, sino leer el mundo. Gabriela Mistral, en Chile, hizo de la docencia una siembra de amor, justicia y cultura. Loris Malaguzzi, desde Italia, mostró que los niños tienen cien lenguajes para expresarse, y que el sistema educativo debe escucharlos a todos. Francesco Tonucci, con su proyecto de la Ciudad de los Niños, nos recuerda que si construimos los espacios pensando en la niñez, construimos un país más humano. Ellos entendieron algo esencial: educar es un acto político y profundamente humano. Y no necesitamos ir tan lejos para encontrar esperanza. Aquí, en nuestra Guatemala, también hay quienes reimaginan, luchan y enseñan desde la dignidad. Juan Pablo Romero Fuentes, desde Jocotenango, impulsa el patojismo, un modelo alternativo de educación que convierte ideas en acción y sueños en estructuras concretas. Él no esperó una política pública, construyó desde la comunidad una ciudad de los niños, donde se aprende desde el arte, el pensamiento crítico, la comida digna y la escucha activa.

Está también el trabajo de Maya Impact, donde se educa a jóvenes mujeres indígenas en liderazgo, tecnología, emprendimiento y acción comunitaria. No solo para que accedan a la educación, sino para que transformen su entorno con herramientas concretas, con pertinencia cultural y conciencia colectiva. Todo esto nos muestra que la educación no está puesta para unos pocos: debe ser una lucha colectiva, pensada para las mayorías. Porque educar no es llenar formularios ni seguir estructuras frías e inflexibles. Educar es provocar pensamiento. Es formar sensibilidad. Es ampliar posibilidades.

Reformar la educación no es únicamente cambiar currículos. Es cambiar mentalidades. Es entender que educar no puede ser un privilegio heredado, sino un derecho garantizado. Que no basta con ampliar cobertura si no hay calidad, si no hay justicia, si no hay libertad de pensamiento. Y sin embargo, hoy en Guatemala, seguimos viendo cómo la educación pública es debilitada, cómo se castiga a quien piensa distinto. Pero a pesar de la cooptación, de la corrupción, de la violencia estructural, la educación no cesa. Resiste.

Necesitamos que la infancia y la adolescencia dejen de ser cifras o destinatarios pasivos y se conviertan en el corazón del proyecto nacional. Porque educar no es solo transmitir contenido: es formar ciudadanía. Y sin ciudadanas y ciudadanos conscientes, críticos, comprometidos, no hay democracia que aguante ni justicia que se sostenga.

Esta columna es un llamado a cada lector a que, cada día, sigamos construyendo con cada acto, con cada decisión y en cada conversación un país donde la educación no sea un privilegio de quienes puedan pagarla, sino un derecho irrenunciable para todos y todas.