La codicia en la clase política

La codicia en la clase política

El lucro es la única aspiración de la clase política.

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Resumen Automático

09/06/2025 00:01
Fuente: Prensa Libre 

La acción política está asociada con el derecho de participación en actividades políticas y el deber de servir a la patria. Se refiere concretamente a las conductas y diligencias que llevan a cabo los ciudadanos, de manera directa o indirecta, con miras a influir en la adopción de decisiones políticas y la implementación de políticas públicas, así como en los procesos de formación de los cuadros decisores y administrativos del Estado.


Por lo tanto, la acción política, en teoría, se rige por los ideales y principios de amor a la patria, nobleza, solidaridad, vocación de servicio, realización del bien común, conciliación de intereses y resolución pacífica de los conflictos.


La codicia, a su vez, es la ambición excesiva o desbordada de poseer riquezas, bienes dinerarios y no dinerarios, así como todo tipo de lujos y excesos. Se asimila a la avaricia, uno de los siete pecados capitales, que se traduce en el deseo incontrolable y desordenado por atesorar bienes, riquezas u objetos de valor, más allá de las necesidades de supervivencia y bienestar. El octavo mandamiento de la Ley de Dios prohíbe codiciar los bienes ajenos.

En mi opinión, una ciudadanía consciente no puede aceptar esta realidad deshumanizante y degradante.


Sin embargo, hoy en día, la acción política, lejos de aplicarse al servicio público, de manera desinteresada y altruista, es un instrumento para el enriquecimiento ilícito a costa del erario y de los privilegios que garantiza el ejercicio del poder público. De hecho, el lucro es la única aspiración de la clase política, así como de sus insaciables patrocinadores. Los politiqueros modernos no se asocian alrededor de una ideología o proyecto de interés social, sino que se unen con el afán de enriquecerse, de manera fácil e ilimitada, lo que se complementa con el objetivo de perpetuarse en el poder, ya que este les garantiza la acumulación de riquezas, abusar del poder, así como evitar ser castigados por sus ilícitos.


Las cleptocracias (gobiernos de ladrones), atrincheradas en la concentración del poder, la desinstitucionalización y la burla al régimen de legalidad, privan a los ciudadanos del derecho de exigir transparencia, rendición de cuentas y alternancia en el ejercicio del poder, a base de opresión, injusticia y amañamiento o invalidación de elecciones. Sin inmutarse recurren a la criminalización, al encarcelamiento arbitrario, a la supresión, al exilio o expatriación de opositores, disidentes e indeseables, así como a promover un clima de terror y zozobra. Por cierto, hay quienes dicen que el mejor amigo de la tiranía mafiosa no es el perro, sino el chivo expiatorio, porque es común que se acuse a sus adversarios y críticos de ser enemigos de la sociedad, así como que se les hostigue y castigue.


Se advierte, entonces, que la corrupción se complementa con el despotismo. No debe sorprendernos, entonces, que los regímenes saqueadores del erario y vinculados a la delincuencia organizada transnacional, que se hacen del poder a base de clientelismo y demagogia, transitan rápidamente hacia un autoritarismo con fachada democrática, sustentado en la concentración de poder, la opacidad, la renuencia a rendir cuentas, la cooptación de la justicia oficial, la transa perversa, el engaño mediático, el culto a la personalidad del autócrata y la represión. Por supuesto, la meta de estos oportunistas siempre es aprovecharse de la cosa pública, enriquecerse a manos llenas y asegurarse impunidad. En mi opinión, una ciudadanía consciente no puede aceptar esta realidad deshumanizante y degradante. En todo caso, la resistencia contra la opresión es la única manera de avanzar hacia una genuina democracia liberal.