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El asunto iraní
Los recientes bombardeos en Irán generan dudas que deben ser puestas en contexto sobre qué pasará de ahora en adelante.
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Kenneth Waltz es uno de los máximos exponentes de la disciplina de las Relaciones Internacionales, cuya obra marcó un antes y un después no solo en cómo comprendemos la dinámica mundial, sino también en cómo la estudiamos. Siempre fue un académico enfocado en el aspecto macro del mundo internacional o, como se le dice en la disciplina, la estructura del sistema internacional. A pesar de una trayectoria dominada por su aporte teórico, en junio del 2012 escribió uno de sus últimos artículos y sin duda el más polémico: “Por qué Irán debe tener la bomba”. (Foreign Affairs). Su argumento era que si Irán obtenía poderío nuclear, entonces, esto generaría un balance entre Israel e Irán parecido al que se dio entre Estados Unidos y la Unión Soviética durante la Guerra Fría, y este balance de amenaza tendría como efecto una estabilidad en el Medio Oriente.
El máximo objetivo de Israel es la destrucción del programa nuclear de Irán y el derrocamiento del régimen islámico.
El artículo causó polémica tanto por la sugerencia de que el régimen teocrático revolucionario de Irán, inventores del terrorismo islamista contemporáneo, tengan acceso a armas nucleares, sino también que la autoría venga de una de las vacas sagradas más respetadas en el mundo académico. Fue tan polémico el artículo que tan solo tres meses después, durante la celebración de la Asamblea General de la Organización de Naciones Unidas (ONU), el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, dedicó su discurso en la misma para denunciar el desarrollo del programa de armamento nuclear de Irán precisamente con un cartel con una bomba estilo Acme, como en las caricaturas del Correcaminos y el Coyote.
Después de la toma de rehenes en la Embajada de Estados Unidos en Irán durante la revolución en aquel país en 1979, la relación entre ambos países se rompió completamente, pasando a calificarse el uno al otro como máximos enemigos. Después del discurso de Netanyahu en la ONU, era claro que el máximo objetivo de Israel es la destrucción del programa nuclear de Irán y el derrocamiento del régimen islámico. Este último punto es compatible con Estados Unidos y sus aliados en occidente. A pesar de esa intención, el problema era más político que militar, por varias razones, de las cuales vamos a destacar tres.
Primero, lo militar no puede analizarse en términos de dos o más ejércitos en un campo de batalla. Desde la revolución, los iraníes son más conocidos por su apoyo financiero y logístico de grupos terroristas como Hezbolá en Líbano, más reciente Hamás en Gaza y los hutíes en Yemen, que llevan a cabo operaciones a distancia. Segundo, lo social, los iraníes, que no son árabes, son persas, son una sociedad altamente desarrollada comparada con otras en el Medio Oriente y subcontinente asiático. A pesar de la represión del régimen islámico, la sociedad iraní es resiliente y cuenta con una sociedad civil bastante organizada, promotora de una agenda de derechos humanos, justicia social, reforma política, que es vista como una amenaza por el gobierno, pero es una gran oportunidad para países como Estados Unidos y miembros de la Unión Europea, que buscan un cambio de régimen. Por último, está el programa armamentista nuclear, que de por sí es un misterio, donde los reportes que se hacen públicos provenientes de Israel, Estados Unidos, Reino Unido, Francia y la Agencia de Energía Atómica Internacional difieren mucho el uno del otro, lo que genera dudas razonables sobre los avances y la amenaza del mismo. Recordemos el caso de las armas de destrucción masiva en Irak, que fueron el motivo de la invasión del 2003 y de las cuales nunca hubo evidencia alguna. Este es un error que tanto Estados Unidos como sus potenciales aliados no quieren volver a cometer.