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Con excusas, el país no cambiará
Falta la voluntad política de quienes deberían liderar y no lo hacen.
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Cada vez que veo un video en redes comparando la vida de antes con la de ahora, me cuesta no pensar en la Guatemala de mi niñez. Una Guatemala distinta, más tranquila, más humana. Una donde aún se podía caminar por la calle sin miedo, donde el tráfico no consumía media vida y donde los niños todavía jugaban afuera, libres y felices.
Hoy, mis hijos pasan más de dos horas al día en el carro. Dos horas atrapados en el caos vial que refleja la falta de planificación y de inversión en infraestructura. No hay anillos periféricos que descongestionen la ciudad, ni transporte público digno, ni carreteras que conecten de verdad al país. Mientras tanto, se siguen anunciando “proyectos estratégicos” que nunca pasan del render o de la foto en redes.
Tampoco hay escuelas dignas. Los maestros hacen milagros con lo poco que tienen, mientras los políticos se burlan de la educación con promesas vacías y discursos reciclados. Cada gobierno nuevo promete “reformar el sistema educativo”, pero las aulas siguen cayéndose a pedazos. Las computadoras que se entregan para la foto terminan guardadas sin internet, y los niños siguen recibiendo una educación del siglo pasado, incapaz de prepararlos para el futuro.
La salud pública no se queda atrás: hospitales desabastecidos, doctores que trabajan sin equipo, pacientes que mueren esperando. La seguridad es otro lujo que el ciudadano debe pagar por su cuenta: guardias en cada esquina, muros más altos, alarmas, cámaras. Todo por la ineptitud de un Estado que abandonó su deber más básico: proteger a su gente.
Hoy, salir a comprar unos Tortrix a la esquina a mediodía puede ser más peligroso que ver un partido de futbol en El Salvador de noche. Sí, El Salvador pudo y nosotros no. Porque allá hubo decisión, hubo rumbo, hubo liderazgo.
La Guatemala que fue no volverá, pero la que viene puede ser mucho mejor.
Guatemala no carece de talento ni de recursos. Carece de visión, de continuidad y, sobre todo, de voluntad política. Cada gobierno nuevo culpa al anterior o se escuda en conflictos institucionales: “no puedo porque la fiscal no me deja”, “no se aprueba porque el Congreso no apoya”. ¡Dejémonos de pajas ya! Gobernar no es quejarse, es resolver. Es sentarse con quien sea necesario, tender puentes, liderar con propósito.
Necesitamos modernizar el país de raíz. Invertir de verdad en infraestructura vial, en puertos y aeropuertos que agilicen el comercio, en carreteras que conecten regiones productivas, en educación que forme ciudadanos libres y pensantes, en salud que no dependa de la corrupción. Guatemala no puede seguir siendo un país donde el trabajador honrado paga la ineficiencia del Estado, además de pagar sus impuestos.
Pero también debemos reconocer algo: la voluntad ciudadana ya existe. Está en los maestros que enseñan sin recursos, en los emprendedores que salen adelante a pesar de todo, en los jóvenes que sueñan con cambiar su país en lugar de huir de él.
Nos falta la otra mitad: la voluntad política. La de quienes deberían liderar y no lo hacen. La de quienes prefieren administrar la miseria en lugar de construir prosperidad.
Aun así, sigo creyendo que Guatemala puede. Podemos ser un país donde nuestros hijos no crezcan con miedo, donde el progreso no dependa de contactos ni favores, donde los sueños no se midan por la marca del pasaporte.
La Guatemala que fue no volverá, pero la que viene puede ser mucho mejor. Solo falta que quienes mandan se atrevan a hacer lo que el pueblo ya hace todos los días: trabajar con dignidad, creer en el futuro y dejar de poner excusas.