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Súbita oportunidad para corregir rumbo
Esta “pausa” debe ser corrección de rumbo para generar una política migratoria moderna.
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Durante semanas, propietarios de granjas, procesadoras de carnes y de productos alimenticios, así como hoteles y restaurantes, de múltiples estados de la Unión Americana lo expresaron. A través de redes sociales y en noticieros de amplia audiencia divulgaron el creciente impacto productivo en sus respectivas empresas a causa de las redadas indiscriminadas contra migrantes. Y no solamente indocumentados, porque igual se supo de casos de residentes legales detenidos por el solo hecho de ser hispanos.
Pero las pérdidas comenzaron a acumularse en el idioma elocuente del dinero. La productividad de los mencionados sectores comenzó a mermar peligrosamente debido a las inasistencias laborales por temor al arresto o las detenciones sin orden de juez en lugares de trabajo. Ello sin mencionar el desgaste público por la mala percepción de los operativos en contra de gente trabajadora, con 10 o 20 años de residir, sin antecedentes y sí con puntuales tributos. A eso se sumaron numerosas exhibiciones de exceso de fuerza que fueron registradas en video y multiplicadas por millones a la velocidad de las redes, que generaron expresiones de indignación ciudadana; la inmensa mayoría, pacíficas.
Todavía no queda claro cuál fue la comunicación decisiva, el dato parteaguas, la voz que llevó al siguiente mensaje. “Nuestros grandes agricultores y las personas del sector hotelero y de ocio han estado diciendo que nuestra política migratoria tan agresiva les está quitando trabajadores muy buenos y con muchos años de experiencia, y que esos empleos son casi imposibles de reemplazar”, escribió el presidente Donald Trump en su red social el viernes 13 último, a la vez que anunció “cambios”. ¿Qué causó este giro, impensable un día antes?
Sí, Estados Unidos tiene una necesidad de reformar y replantear, de manera comedida, inteligente y estratégica, su política migratoria. Por la Casa Blanca han pasado demócratas y republicanos que no se han atrevido a dar el paso o que no han contado con el apoyo de otros demócratas y republicanos, en una dilación que se ve acrecentada por las conveniencias, las apariencias, las dobles morales y los triples intereses en conflicto —el discurso público, la convicción personal y los financistas electorales—.
La amnistía lanzada por Ronald Reagan en 1986 abrió la puerta al talento y fuerza laboral de cientos de miles de migrantes, de todo el mundo, que confirmaron la vocación de Estados Unidos como faro de democracia, desarrollo, libertad y crecimiento económico. Pero desde entonces, todo ha sido amagos y titubeos, en los mejores momentos, y ofensivas de detención, en los períodos aciagos. Y eso que, en honor a la verdad, Trump no tiene aún las mayores cifras de deportaciones, pues estas se registraron en los períodos de Barack Obama y Joe Biden.
Los migrantes llegaron a trabajar y producir, a ganar recursos fruto de su esfuerzo en dos y hasta tres empleos, para ayudar a sus familias. Esta “pausa” debe ser corrección de rumbo para generar una política migratoria moderna, innovadora, incluyente y económicamente provechosa. Esto no implica laxitud ni discrecionalidad; por el contrario, se debe exigir tiempo documentado de estadía, desempeño laboral y cumplimiento con el fisco, además de servicio a la comunidad. No será fácil, pero sí será menos desgastante y más ventajoso para el Estado norteamericano. El mejor argumento para abrir esta puerta a la regularización es el alto número de trabajadores indispensables que hasta ahora viven a salto de mata.