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Una protectora de niños abandonados y huérfanos
El miércoles terminó la vida de Angie Galdámez, a quien miles de huérfanos y abandonados le deben estar vivos.
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Angelina Galdámez nació en Honduras, y en 1977 llegó a Guatemala. En la capital existía Casa Canadá, para atender huérfanos y abandonados, desnutridos por la larga y sangrienta guerra interna, pero sus encargados debieron irse por amenazas de muerte. Le pidieron quedarse al mando y así llegó a Río Dulce, donde se quedó. Llegó a Prensa Libre, para pedir una solicitud de ayuda. Me tocó atenderla y así comenzó una amistad mezclada con admiración, por su carácter amable, su entusiasmo sin límite y su lucha por los 200 niños, quienes comenzaron a llamarla Mama Angie. Por coquetería nunca dijo su edad, pero llegó en sus cuarentas, siempre con sonrisa de siempre. El miércoles, calmada y tranquila, inició el viaje sin retorno. Ya descansa para siempre en esta tierra.
El miércoles terminó la vida de Angie Galdámez, a quien miles de huérfanos y abandonados le deben estar vivos.
Bautizó el orfanatorio como Casa Guatemala y decidió llamar a voluntarios extranjeros para trabajar gratuitamente en el cuidado de los niños. Se creó un grupo de guatemaltecos colaboradores en el plan de lograr la recolección de fondos y especialmente de donaciones en especie. Creó una escuela de primaria, contrató maestros y personal para cuidar la salud de los niños. La meta, todo autofinanciable. Las construcciones, de madera, tenían techo de palma o guano; las habitaciones, construidas por padres de las aldeas cercanas, de donde los niños eran llevados en tiburoneras. La cocina era capaz de darles los tres tiempos de comida más refacciones. Luego: luz eléctrica, siembra de legumbres, pozos de agua, criaderos de cerdos para usar su carne como alimento.
En Estados Unidos, Canadá y España se crearon grupos de ayuda. Gracias a eso llegaron varias veces a La Aurora los enormes aviones C-5, los más grandes de la Fuerza Aérea Estadounidense (75 mts de largo, 19 de alto y 67 de envergadura y 101 mil dólares de costo general de cada hora de vuelo). Logró las autorizaciones guatemaltecas para aterrizar, trayendo muebles, a veces vehículos, y otros objetos necesarios. Pidió con éxito el equipo de carpintería para enseñar a los huérfanos ya adolescentes, y Ramiro de León Carpio lo fue a entregar personalmente. Recuerdo una donación autorizada por Dionisio Gutiérrez de todo un transporte lleno de jamón y fideos para sustituir los huevos y frijoles casi cotidianos por razones de escasez de suficientes fondos.
No faltaron los problemas serios. En 1999 un sismo en la mitad del río Dulce derrumbó la escuela y por milagro, el techo del dormitorio donde estaban las cunitas con los bebés les cayó encima pero todos quedaron ilesos. Una columna del puente se inclinó un par de metros en la tierra, sin derruirlo. Muchas casas cayeron de lado sobre el río y Casa Guatemala quedó muy afectada. Un grupo de militares canadienses, si no recuerdo mal, participaron activamente en ayudar a remover los escombros. Los colaboradores guatemaltecos, capitalinos y del área se organizaron y a las pocas semanas todo estaba bien. Menciono estos ejemplos porque en unos pocos segundos hubo un serio riesgo de la destrucción de una obra benéfica lograda en un par de años con tanto esfuerzo.
Esta maravillosa Angie Galdámez enfermó hace unos tres años y debió retirarse, dejando a cargo a Heather Graham, una canadiense igualmente llegada como colaboradora hace 20 años, tan afectuosa con los niños como la fundadora. Murió en la capital, en la casa de otra voluntaria, la doctora Iliana Sotomayor, quien la cuidó cuando su fin ya estaba cerca. Guatemala continuará, ahora con menos niños porque ya no hay tantos huérfanos y abandonados, pero las aldeas y caseríos del río Dulce seguirán recibiendo ayuda. Algunos ya son adultos y padres, artesanos entrenados allí. Alguna vez alguien le ofreció comprar la propiedad para hacer un hotel de lujo. No lo dejó ni terminar. Adiós, querida Angie. Dios te arrulle en sus manos por tu amorosa labor.