Cartas ridículas: la belleza de amar sin cálculo

Cartas ridículas: la belleza de amar sin cálculo

  Mucho de lo que hacemos en la vida es tratar de prolongarnos en el tiempo. Oponernos a una especie de entropía que nos desgasta. Cada día nos consumimos. Por más que las células se regeneren, la verdad es que el proceso termina y un día la actividad llega a su fin. No hay opción. […]

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Resumen Automático

17/06/2025 08:49
Fuente: La Hora 

Mucho de lo que hacemos en la vida es tratar de prolongarnos en el tiempo. Oponernos a una especie de entropía que nos desgasta. Cada día nos consumimos. Por más que las células se regeneren, la verdad es que el proceso termina y un día la actividad llega a su fin. No hay opción.

Algo podemos hacer: administrarnos. Realizar una gestión inteligente que impida el derroche de recursos limitados. Y, sin embargo, la convicción habitualmente llega tarde. Ser joven, más aún adolescente, significa dilapidar, malgastar, vivir –como dicen las Escrituras– cual “hijo pródigo”.

Solo gradualmente nos persuadimos del valor de la contención, del uso de los recursos emocionales, por ejemplo. En esa clave, priorizamos, nos volvemos economistas y peritos en el cálculo. Evitamos el sufrimiento de llegar al final del día agotados, exhaustos por ese frenesí que significan los sentimientos en su máxima expresión.

Lo cual es signo también de alcanzar la madurez. Un estado que no siempre es ejemplar, creo, o digno de imitación. Porque tiene su encanto también el “descalcular”, la audacia de querer y la entrega sin medida. Amar desde el temor de ser heridos es cualquier cosa menos amor pleno.

Benedetti llevaba razón cuando compara las formas de amar:

Ustedes cuando aman
calculan interés
y cuando se desaman
calculan otra vez
nosotros cuando amamos
es como renacer
y si nos desamamos
no la pasamos bien.

La experiencia quizá nos vuelva racionales y esta facultad se resiste al sentimiento. Dicta desde la herida, desde una memoria que se nos impone con tal espanto que huimos a las nuevas posibilidades de afectos. Una vez racionalizado, lo afirmamos creyéndonos listos en la cautela. Así, nos avejentamos y nos privamos del milagro de sentimientos que son un llamado a la felicidad.

¿Es ridículo llegar a cierta edad con esa actitud abierta, permitiéndonos amar y ser amados? Es posible, pero vale la pena. Porque, como dice Pessoa, es más ridículo suprimir las expresiones (y las cartas) aparentemente ridículas.

Las cartas de amor, si hay amor,
tienen que ser
ridículas.
Pero, al fin y al cabo,
solo las criaturas que nunca escribieron cartas de amor
sí que son ridículas.

Recomencemos. Hay que ser cautos en la vida, rechazar cualquier experiencia que drene nuestras emociones causándonos dolor. Ese acontecer diario de relaciones que no nos hacen crecer, las que nos limitan y nos vuelven infelices. Sin embargo, hay que atrevernos a amar, ser un poco como el buen Jesús que, en medio de la multitud, al ser tocado por una mujer, permite el milagro y sana el corazón enfermo. Es hermoso, ¿verdad?

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