El misterio de la casa del jueves

El misterio de la casa del jueves

Quizá la explicación es más sencilla, pero más relevante de lo que parece a simple vista.

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Resumen Automático

16/04/2025 00:04
Fuente: Prensa Libre 

Para los cristianos que conmemoramos esta semana la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo, quizá uno de los pasajes más intrigantes de todo el drama se encuentra en lo sucedido el jueves de aquella semana en Jerusalén. La Biblia, que suele ser muy precisa en contar detalles de los diálogos, personajes, sucesos y lugares donde ocurren los distintos acontecimientos de la vida de Jesús, se reserva para el momento de la última cena, uno de los misterios más curiosos y menos analizados de toda la narración evangélica.


En el texto se nos indica que Jesús, para organizar los preparativos de la última cena pide a sus discípulos que vayan a un lugar público, y que busquen a una persona que se encuentra allí portando un cántaro. La historia no nos dice el nombre, apariencia u oficio de este personaje. Lo cierto es que Jesús pide que lo sigan y en aquella casa a la que él entre, allí será el lugar donde los apóstoles deberán organizar la cena pascual. Tampoco sabemos nada del dueño de esa casa o si se trata del mismo portador del cántaro. Es decir, uno de los momentos más importantes de la vida de Jesús y los evangelios se silencia respecto de este seguidor, que debe haber sido tan importante y de tal confianza o cercanía como para acoger al Maestro en su residencia en aquellos momentos y, más aún, para celebrar un evento de tan especial significado.

Ese cristiano muchas veces anónimo, pero cumplidor de sus tareas y responsabilidades, es quien tiene la alegría de recibir a Jesús en su hogar.


Para intentar resolver este misterio, hay quienes han tratado de ofrecer explicaciones de lo más enredadas o incluso esotéricas. Hay quienes dicen, muy acordes con algunas ideas gnósticas, que los apóstoles eran miembros de una especie de fraternidad secreta, cuyo código de contacto para reunirse era precisamente identificar a alguien que fuera portador de una señal física como un cántaro. Otros, que la persecución romana era tal, que tenían que tomar medidas de seguridad extremas para no ser vigilados, y de allí que tuvieran que ocultarse por medio de acciones evasivas como las mencionadas en el texto evangélico. Hay quienes simplemente dicen que este pasaje y, en particular, sus incógnitas no tienen ninguna relevancia. Pero, para mí, seguro que sí la tiene. Y quizá la explicación es más sencilla, pero más relevante de lo que parece a simple vista.


Esa casa, la del anfitrión cuyo nombre no nos es conocido, es la de todos aquellos cristianos que, sin ser importantes para el mundo social, económico o político, están siempre al servicio de Jesús, al grado de poner su hogar a disposición de él, sin el menor reparo. Esos que, en su casa y en su vida, con modestia, humildad y caridad cristiana, practican el amor y el respeto conyugal, la responsabilidad en el cumplimiento de sus labores, que llevan el cuidado amoroso y responsable de sus hijos, que procuran siempre ahondar en su fe, cumplir los preceptos y cultivar la formación religiosa suya y de su familia, y que honran puntualmente el pago de sus obligaciones. Ese cristiano muchas veces anónimo, pero cumplidor de sus tareas y responsabilidades, es quien tiene la alegría de recibir a Jesús en su hogar. Para nuestro Señor, sí que esta persona no es anónima.


Vivamos de manera tal, que podamos ofrecerle a Jesús siempre nuestro hogar, listo, dispuesto y receptivo, tal cual lo hiciera el dueño de la casa en cuestión, en aquella tarde de un lejano jueves en Jerusalén. Quizá nunca sabremos su nombre ni despejaremos el misterio, pero sí que podemos vernos, en su actitud y disposición, bien reflejados.