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El arte y la cultura tienen valor histórico, no dinerario
En Guatemala hay saqueo y desaparición constante de piezas de arte histórico, ya sea de obras de la cultura maya o de piezas coloniales.
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Las obras de arte, en general, no tienen precio, sino valor abstracto, intangible. Al destruirse por el tiempo, accidentes, guerras, fanatismo religioso, deseo de modernización, razones políticas o ideológicas, se pueden reconstruir, pero pierden su historia. Ejemplo: Notre Dame de París, aunque restaurada, perdió 674 años de historia. El robo de nueve piezas napoleónicas (en total, una corona, oro, 3,573 diamantes, 56 esmeraldas y 24 zafiros), una tiara y aretes, sustraídos del Louvre en siete minutos, a plena luz del día y con turistas dentro del museo. Son bellísimas las joyas, con diamantes, zafiros y otras. En otro caso distinto circularon videos de la brutal demolición con una enorme máquina al área este de la Casa Blanca, otro edificio histórico por otras razones.
Un robo como el del Louvre destruye parte de la historia del arte y con ello también de la historia de la cultura.
Las pinturas y esculturas históricas son vendidas o entregadas por mal de robos de obras artísticas y detectives especializados para buscarlas. A veces son botines de guerra, como en la Segunda Guerra Mundial. La Mona Lisa, también en el Louvre, fue robada y desapareció de 1911 a 1913, hasta ser encontrada cuando el ladrón intentó venderla. El presidente Miterrand decidió en 1989 modernizar el Museo del Louvre, creado en 1793, y el arquitecto chino-estadounidense contratado diseñó una enorme pirámide de cristal, fuera de lugar por su estilo contemporáneo. Muy discutible, aunque sea ejemplo de estilo contemporáneo. Es como usar zapatos tenis y frac mezclados. Es cuestión de gustos y de respeto a la Historia, dependientes del nivel cultural de cada persona.
Al respecto de la Casa Blanca, independientemente de los aspectos políticos o ideológicos, es un ejemplo de arquitectura histórica al tener 296 años de edad, aunque ha sido renovada varias veces por necesidades impostergables: el incendio de 1814 por tropas británicas; derrumbes en tiempo de Truman, y también cambios menores, como la pista de baloncesto de Obama y el huerto ecológico de su esposa, Michelle, y la sala de conciertos de Jackie Kennedy. Pero nunca había un presidente ordenado demolerla parcialmente con una enorme bola de hierro contra las paredes, derrumbadas con cada golpe. Se hará un salón de baile, es decir una zarabanda de superlujo seguramente bañada de adornos de oro con diseños anacrónicos, como ya ocurrió con el salón oval.
Otro tema de discusión es quién es el dueño de las obras de arte históricas, en especial las arquitectónicas. Evidentemente, no los políticos, presidentes, funcionarios, autoridades religiosas. Pertenecen al país. Convertir las obras históricas religiosas indudablemente adquiridas en forma legal pero en ética y moralmente fraudulenta, y convertirlos en piezas decorativas, mesas, adornos, se acerca a ser un crimen histórico. Por no haber leyes, los cambios se rigen por la voluntad casi siempre tonta de alguien, sin el nivel o la profundidad necesarias de educación y de respeto a la historia. ¿Cómo tasar a cuánto dinero equivale una pieza egipcia, o una escultura de Miguel Ángel? Es imposible para quien solo piensa en base a la cantidad de billetes y la vanidad. En Guatemala hay saqueo y desaparición constante de piezas de arte histórico, ya sea de obras de la cultura maya o de piezas coloniales. Un expresidente exiliado se deshizo de la colección de imágenes católicas al cambiarse de religión. Ahora, una escuela planificada afectará el ambiente de la iglesia de San Juan del Obispo, por decisión de un alcalde. Se han incluido pisos de piedra sustituidos, diseño de los altares alterado, etc. De los casos señalados, el del Louvre es motivado por el ansia de dinero, como ocurre con los de Guatemala, pero el de la Casa Blanca, a mi juicio, lo motivan criterios monárquicos inconscientes ahora pero salidos a la superficie. El arte está presente desde tiempos de las cavernas y su irrespeto es una característica humana por algunos no entendida ni aceptada porque refleja la realidad y la cultura personal.