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Fila, caos, frustración… y silencio
¿Cuántas horas de productividad, descanso y convivencia familiar se nos escapan en el asfalto?
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Cada mañana y cada tarde, cientos de miles de guatemaltecos vivimos una pesadilla que se repite sin pausa: el tráfico. No importa la ruta, el destino ni la hora. Salir a trabajar o volver a casa se ha convertido en una travesía de hasta cuatro horas diarias. Eso significa que cada semana, muchos pierden el equivalente a dos jornadas laborales solo por moverse dentro de la ciudad. ¿Cuántas horas de productividad, descanso y convivencia familiar se nos escapan en el asfalto?
El problema es conocido, pero parece no dolerle lo suficiente a quienes deberían actuar. Por culpa de la corrupción, Guatemala no logra invertir lo necesario en infraestructura vial moderna. Seguimos siendo un país con carreteras pensadas para una población de hace veinte años. En el área metropolitana, el parque vehicular crece un 7% cada año, mientras que la infraestructura apenas se adapta. A nivel nacional, ya hay más de 4.7 millones de vehículos registrados, según la Superintendencia de Administración Tributaria (SAT), pero las soluciones brillan por su ausencia. Obras incompletas que han cobrado impuestos estratégicos y vidas humanas por mal señalamiento.
¿Cuántas horas de productividad, descanso y convivencia familiar se nos escapan en el asfalto?
La falta de planificación y acción de las autoridades es parte del problema. Y lo que es peor: no solo no resuelven, sino que en algunos casos parece que agravan deliberadamente el caos. Hay reportes de prácticas inaceptables, como colocar tráileres de forma estratégica en horas pico para generar aún más congestión. ¿La intención? Justificar proyectos o contratos millonarios que no siempre responden al interés público. Es la manipulación del caos con fines políticos y económicos.
Pero también hay responsabilidad ciudadana. Es común ver a conductores tapando intersecciones, bloqueando pasos peatonales, usando la bocina como si eso despejara el camino o peleando por colarse en una fila. La falta de cultura vial no solo refleja un problema educativo, sino una profunda crisis de valores básicos como el respeto y la empatía.
El tráfico no solo bloquea calles, también frena la productividad del país. Cada hora perdida representa millones en pérdidas para empresas y trabajadores. Se pierde tiempo, combustible y salud. Pero, sobre todo, se pierde calidad de vida. Estar atrapado en un carro no debería ser la norma. Es una violación al derecho a vivir con dignidad, a compartir con la familia, a descansar, a simplemente vivir. Y lo hemos aceptado como si fuera parte del contrato social.
Mientras tanto, no hay soluciones sostenibles ni visión de largo plazo. No existe un sistema de transporte público digno y eficiente que incentive a los ciudadanos a dejar su vehículo. La movilidad urbana ha quedado en manos del azar, de gobiernos improvisados y de decisiones parche. La ampliación de vías sin planificación, pasos a desnivel aislados y operativos viales mal ejecutados son una curita en una hemorragia estructural.
El tráfico en Guatemala nos está robando el tiempo, la paciencia y la esperanza. Y lo peor es que lo hemos normalizado.
Necesitamos algo más que operativos en las horas pico o pasos a desnivel. Urge una planificación metropolitana seria, liderada por alcaldías que coordinen entre sí, prioricen al peatón y al transporte público, y dejen de ver el tráfico solo como una excusa para gastar en obra pública. La movilidad debe convertirse en un tema de agenda nacional, con compromisos reales, medición de resultados y participación ciudadana. Cada minuto que pasamos atrapados es un recordatorio de la ausencia de liderazgo. No podemos seguir así.
Si queremos soluciones sostenibles, debemos empezar desde la raíz. Incluir la educación vial, el respeto al espacio público y la conciencia ciudadana en los programas escolares, desde la preprimaria hasta la universidad, puede transformar la cultura de movilidad en el país. Educar a una generación que entienda que moverse con orden y respeto no solo mejora el tráfico, sino que construye ciudadanía, podría ser el cambio más poderoso a largo plazo.