El sentido de la alegría

El sentido de la alegría

Aunque el mundo moderno vive rodeado de miedos, violencias y tristezas, Pablo VI subrayaba que la alegría auténtica no depende de circunstancias favorables.

Enlace generado

Resumen Automático

13/12/2025 00:03
Fuente: Prensa Libre 

Diciembre suele venir adornado de luces, ofertas de temporada, celebraciones de todo tipo y un movimiento casi compulsivo que pretende convencernos de que la alegría es una obligación estacional. Sin embargo, el cansancio acumulado del año, la presión económica, la ansiedad por cumplir con todo o la melancolía que causa la ausencia de quienes ya no están, provocan que muchos caminen hoy con una sensación distinta.

Muchas veces surge cuando aceptamos que Dios trabaja en silencio y no siempre por las vías que esperamos.

Bajo el brillo que ilumina las calles y las casas, hay un dejo de tristeza muy bien disimulado. Esa sensación no es extraña: el ser humano está habitado por un deseo de plenitud que rara vez encuentra su forma definitiva. Vivimos entre lo que anhelamos y lo que podemos realizar. Y cuando esa distancia se hace evidente, surge una tristeza que no siempre sabemos reconocer.

Esa misma distancia nos lleva a menudo a buscar recompensas inmediatas o a llenar con estímulos lo que, en el fondo, es un vacío existencial. Entonces confundimos bienestar con plenitud: creemos que estar bien equivale a vivir bien, como si lo inmediato pudiera aliviarlo todo, pero sin llegar a encontrar sentido. La presión consumista de estas semanas es un buen ejemplo. Aumentan las compras, pero también el endeudamiento; se multiplican las celebraciones y el disfrute, pero se desvanecen pronto y no alcanzan para llenar el vacío.

En este contexto resulta sugestivo que al tercer domingo de Adviento se le llame “de la alegría”. Paradójicamente, el evangelio de ese día presenta a Juan el Bautista en prisión (Mt 11). Su futuro es incierto y su fe atraviesa un momento de desconcierto: los hechos no responden a sus expectativas. Sin embargo, la respuesta que recibe no son promesas abstractas, sino realidades concretas: “los ciegos ven, los cojos andan…, a los pobres se les anuncia la Buena Nueva”. Es la señal de que la alegría puede abrirse camino aun en circunstancias adversas, y que muchas veces surge cuando aceptamos que Dios trabaja en silencio y no siempre por las vías que esperamos.

Hace 50 años, el papa Pablo VI publicó la exhortación Gaudete in Domino —“Alegraos en el Señor”—, donde recordaba que la verdadera alegría no es un bienestar psicológico ni una emoción pasajera, sino un don más hondo que tiene su raíz en Dios. El ser humano está hecho para la alegría, decía, pero muchas de sus formas quedan incompletas si no se abren a un horizonte mayor. Aunque el mundo moderno vive rodeado de miedos, violencias y tristezas, Pablo VI subrayaba que la alegría auténtica no depende de circunstancias favorables. El mensaje conserva plena vigencia en nuestro tiempo que, pese a tantos estímulos, sigue arrastrando una profunda falta de sentido.

La alegría del evangelio no es un alivio psicológico ni pretende competir con las emociones que nos impone el ambiente. Propone algo más discreto y, a la vez, más exigente: detenerse para mirar con honestidad lo que ocurre dentro de nosotros; reconocer que la prisa nos ha hecho perder la capacidad de esperar; que el consumo muestra lo difícil que es orientar los deseos; que los excesos revelan la fragilidad con que buscamos sentido; y que la nostalgia pone al descubierto afectos y pérdidas que necesitan sanar.

La alegría nace cuando reconocemos que nuestra vida no está cerrada sobre sí misma, ni depende de que todo se ordene como quisiéramos, sino de la certeza —a veces tenue, pero real— de que Dios actúa aun cuando no vemos cómo, y de que puede surgir algo bueno incluso en medio de la contradicción. Esta alegría no se fabrica, se descubre, y tiene más hondura que cualquier celebración de temporada.