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Los 7 tipos de cansancio que existen y cómo recuperarse de cada uno
Escuchar qué tipo de descanso necesita el cuerpo es esencial para recuperarse de verdad. ¿Y usted, sabe por qué está cansado?
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Alguna vez ha dormido ocho horas y, aun así, despertó agotado. O se ha sentido mentalmente exhausto después de una reunión, aunque no haya hecho esfuerzo físico. O bien, quizás ha notado que, tras semanas de intensa socialización, su cuerpo responde con migrañas o malestar gastrointestinal, como si se rebelara contra tanta interacción forzada.
El cansancio no siempre se manifiesta de la misma manera. A veces, el cuerpo está activo, pero la mente colapsa; otras veces, el alma parece pesar más que los músculos.
Según lo menciona la psicóloga clínica Angie Mendoza: “Vivimos en una sociedad que romantiza el cansancio como sinónimo de productividad, pero no nos enseñan a diferenciar entre los distintos tipos de desgaste. No es lo mismo estar físicamente exhausto que sentir que las emociones nos superan, o notar que el alma parece haberse quedado sin combustible”.
El primer paso para un verdadero descanso es reconocer que existen al menos siete formas distintas en que el cansancio se manifiesta, y cada una exige estrategias específicas de recuperación.
1. Cansancio físico
Es el más visible, el que todos hemos experimentado luego de mucha actividad física o una jornada laboral especialmente demandante. Los párpados pesan, las articulaciones crujen y cada movimiento parece requerir un esfuerzo sobrenatural.
Sin embargo, la fatiga física rara vez proviene de un esfuerzo saludable; suele ser el resultado acumulado de sueño insuficiente, mala alimentación y ese sedentarismo que combina largas horas sentado con picos de actividad.
Lo curioso es que el cuerpo está diseñado para el cansancio físico —y es incluso necesario—, pero bajo condiciones específicas. Investigaciones de la Universidad de California señalan que el ejercicio moderado y regular incrementa la capacidad de nuestras células para generar energía.
El problema surge cuando no permitimos los períodos de recuperación. Según Mendoza, muchos pacientes pueden confundir la depresión con el agotamiento físico crónico. El cuerpo tiene un lenguaje claro: cuando duele todo sin razón aparente, cuando los resfriados se repiten o las digestiones son lentas, está pidiendo a gritos una pausa.
La recuperación no pasa únicamente por dormir más (aunque sin duda ayuda), sino por escuchar las señales corporales. Un baño caliente con sales de magnesio, masajes linfáticos o simplemente estirarse conscientemente durante cinco minutos pueden ser más efectivos que seguir tomando café para ignorar el agotamiento.

2. Cansancio mental
Imagine intentar leer un libro mientras alguien cambia constantemente el canal de la televisión. Así describe la neurocientífica Sara Mednick la experiencia del cansancio mental en su libro Take a Nap! Change Your Life. Este tipo de fatiga se caracteriza por dificultad para concentrarse, lapsos de memoria inexplicables y esa sensación de que cada tarea, por simple que sea, requiere un esfuerzo desproporcionado.
“El cerebro no está diseñado para el bombardeo constante de información, decisiones triviales y estímulos digitales. El hecho de ser multitasking está muy sobrevalorado y solo afecta nuestra toma de decisiones”, menciona Mendoza. Según la psicóloga, el hecho incluso de escoger qué comer se puede volver abrumador.
Un estudio publicado en Journal of Neuroscience demostró que, tras largos períodos de concentración, el cerebro literalmente reduce la actividad en la corteza prefrontal, responsable del pensamiento complejo.
La solución no está en obligarse a seguir adelante, sino en entender los ritmos naturales de atención. Técnicas como el time blocking (asignar horarios específicos a tareas) o los descansos cada 90 minutos —basados en los ciclos ultradianos del cuerpo— pueden prevenir este colapso cognitivo.
El neurólogo y especialista en medicina del sueño Gustavo Cosenza recomienda “las siestas cortas de 20 minutos o simplemente cerrar los ojos en un espacio tranquilo, sin pantallas, dejando que la mente vague libre” para recuperar la energía.

3. Cansancio sensorial
Vivimos en una era de sobreestimulación sin precedentes. Notificaciones que vibran, pantallas que parpadean, tráfico que aturde, olores artificiales que se mezclan… El sistema nervioso está constantemente en alerta, procesando estímulos para los cuales no estábamos preparados. Este cansancio sensorial se manifiesta como irritabilidad, migrañas o incluso síntomas físicos inexplicables.
Diversos estudios han documentado casos extremos en los que pacientes describían cómo los olores, luces o sonidos cotidianos les provocaban incluso dolor físico. Aunque la mayoría no llegamos a ese extremo, la saturación sensorial silenciosa afecta nuestra calidad de vida.
La solución pasa por crear “oasis sensoriales”: momentos deliberados de bajo estímulo. Podría ser usar tapones para oídos en el transporte público, cambiar las luces frías por cálidas al atardecer o dedicar diez minutos al día a estar en completa oscuridad y silencio.
4. Agotamiento creativo
Distinto al cansancio mental, el agotamiento creativo es esa sensación de que las ideas han dejado de fluir, como si existiera una barrera interna. Es común en cualquier persona cuyo trabajo dependa de la innovación constante.
Curiosamente, forzar la creatividad empeora el bloqueo. Estudios en la Universidad de París mostraron que los momentos de inspiración suelen llegar en estados de relajación o distracción, no de concentración forzada.
Las estrategias más efectivas incluyen cambiar de ambiente (un paseo por la naturaleza puede resetear la mente), consumir arte en lugar de producirlo temporalmente o recurrir a técnicas como morning pages, que consiste en escribir tres páginas de flujo de conciencia al despertar, sin censura ni propósito, para destapar la creatividad atascada.

5. Fatiga emocional
“Es el tipo de cansancio que te hace llorar sin razón aparente, que convierte una discusión trivial en un drama existencial. Surge cuando gastamos más energía emocional de la que reponemos, ya sea por cuidar a otros, reprimir sentimientos o vivir en estados prolongados de estrés”, comenta Mendoza.
La fatiga emocional es traicionera porque no sigue la lógica del cansancio físico. Puede golpear luego de un día sin actividades demandantes, porque lo que se agota no son los músculos sino los recursos internos para procesar emociones.
La terapia cognitivo-conductual ha demostrado que técnicas como el emotional labeling (nombrar específicamente lo que se siente) reducen la carga, igual que establecer límites saludables en relaciones tóxicas. Mendoza insiste en que “permitirse el enfado, la tristeza o el miedo sin autocensura es tan importante como permitirse descansar físicamente”.

6. Cansancio social
¿Alguna vez ha fingido estar de buen humor en una reunión mientras contaba los minutos para irse? Ese es el cansancio social en acción: el agotamiento que proviene de interactuar más de lo que nuestra naturaleza tolera, especialmente si son interacciones forzadas o superficiales.
Las personas introvertidas son más vulnerables, pero incluso las extrovertidas pueden sufrirlo cuando las relaciones carecen de autenticidad.
Nuestro cerebro está programado para conexiones profundas, no para cientos de interacciones vacías. La pandemia, con su mezcla de aislamiento y la fatiga por interacciones a través de una pantalla, dejó claro este fenómeno.
La recuperación pasa por priorizar calidad sobre cantidad, aprender a decir “no” sin culpa y, contraintuitivamente, a veces buscar conexión auténtica en lugar de aislamiento total.

7. Agotamiento espiritual
Por último, el más intangible pero quizá el más profundo. No necesariamente religioso, este cansancio surge cuando perdemos conexión con nuestro propósito, valores o sentido de trascendencia. Se manifiesta como apatía existencial, cinismo o esa pregunta persistente de “¿para qué estoy haciendo todo esto?”.
Viktor Frankl, autor del libro El hombre en busca de sentido, escribió que la falta de propósito es más devastadora que el hambre física.
En la vida cotidiana, este vacío puede aparecer tras años en un trabajo sin pasión, relaciones vacías o rutinas que han perdido significado. La recuperación requiere introspección, a menudo con ayuda profesional, y pequeños actos realineados con valores personales. Como señala Mendoza: “A veces basta con preguntarse: si hoy fuera mi último día, ¿estaría haciendo esto? La respuesta suele señalar el camino”.

El verdadero descanso: escuchar lo que el cansancio intenta decir
Todos estos tipos de fatiga comparten un mensaje común: estamos gastando más energía de la que reponemos, en áreas que requieren atención específica. La cultura del “no pain, no gain” nos ha hecho creer que el agotamiento es una medalla de honor, cuando en realidad es la señal de alarma más sofisticada que poseemos.
Recuperarse no es un lujo, sino un acto de supervivencia biológica y emocional. Implica dejar de tratar todos los cansancios con la misma solución (dormir un poco más, tomar otra taza de café) y empezar a descifrar qué parte de nuestro ser está pidiendo atención.
La próxima vez que sienta ese peso del cansancio, pause. Respire. Pregúntese no solo “¿cuánto he dormido?”, sino “¿qué tipo de descanso necesito realmente?”.