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Las incompetencias son el mayor desastre
Tres días después de los graves sucesos, todavía no se logra liberar la carretera entre Santa María de Jesús y Antigua Guatemala.
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La tierra se estremeció y las réplicas sísmicas continuaron infligiendo daño en el pueblo de Santa María de Jesús, Sacatepéquez, y también en Palín y San Vicente Pacaya, Escuintla. Cayeron muros y otras paredes se agrietaron peligrosamente. Aludes sobre las carreteras, algunos de los cuales fueron trágicos. Familias sepultan a sus fallecidos con gran dolor, acompañadas por vecinos y fortalecidas por la cristiana resignación por el descanso de sus seres amados. Así es de inexorable la secuencia de hechos acarreados por la tragedia telúrica del 8 de julio de 2025 y días subsiguientes, en la región circundante a los volcanes de Fuego y de Pacaya.
Tres días después de los graves sucesos, todavía no se logra liberar la carretera entre Santa María de Jesús y Antigua Guatemala, para que fluyan los suministros, tanto los donativos de alimentos e insumos como el flujo de artículos comerciales de primera necesidad. Lo injustificable es cómo, al día siguiente —por no decir horas después— del desastre, no existía un operativo emergente de seguridad, por parte de Policía y Ejército, para tranquilidad de la población que pernoctó en la calle debido a los daños de sus viviendas. Primero hubo cuatro linchados y después llegaron, tarde, las fuerzas de seguridad.
Para colmo de males, colisionan los afanes politiqueros del alcalde local y algunos diputados: todos quieren llevarse el título de paladines, salvadores y benefactores. Hay temor de que la ayuda donada por guatemaltecos de buen corazón sirva para que los ediles beneficien a sus allegados y no a los más necesitados. La peor desgracia después de una desgracia es la incompetencia; el mayor desastre después del desastre es la perversa instrumentalización de necesidades para hacerse propaganda. El peor infortunio antes y después del infortunio es el clientelismo.
Como si estuviésemos en 1825, no fue sino hasta ayer que trascendió el impacto del enjambre sísmico en otra comunidad enclavada en la ladera de un coloso: San Vicente Pacaya. ¿La causa? Estaban incomunicados. ¿Y los monitoreos volcánicos? Un pueblo incomunicado y en penuria a menos de media hora de la carretera al Pacífico. ¿Quién, cómo y cuándo va a auxiliar? Desde ya se pueden prever las líneas teatrales burocráticas para justificar el injustificable atraso.
Las viviendas de San Vicente Pacaya presentan grietas que prácticamente gritan inhabitabilidad. La iglesia local, que sobrevivió inerme a múltiples episodios eruptivos del Pacaya, esta vez tiene el frontispicio seriamente dañado. En Palín hay cuadros similares, pero todavía se está en “evaluación”. En tiempos digitales no existe un mecanismo rápido de respuesta, excepto los avisos de prevención que en no pocos casos cayeron con retraso.
En este mismo espacio se dijo, el 9 de julio, que ningún tipo de desastre —telúrico, hidrológico, climático o volcánico— debe ser usado para potenciar la publicidad de funcionario alguno. Tampoco se debe pretender vender la ayuda humanitaria como una dádiva ni como un logro: es la más simple, llana y obvia obligación del Estado, que para ello dispone de un fondo de emergencias. La maquinaria estatal debía estar descombrando las rutas bloqueadas desde el primer día para poder trasladar un campamento digno de emergencia. Los pobladores de Santa María de Jesús no quieren ir al albergue, pues temen ser despojadas de lo poco que tienen por saqueadores. De poco sirve que llegue el presidente, si luego no hay una autoridad a cargo. La tragedia del 8 de julio ha expuesto el rezago, la pobreza e ingentes —viejas— necesidades de Santa María de Jesús y otros pueblos. No necesitan demagogos: necesitan auxilio coherente y moderno.