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“Tak’alik Ab’aj se regaló a mi vida”: Christa Schieber, arqueóloga clave en su nominación como Patrimonio Cultural de la Humanidad
Christa Schieber, apasionada de la arqueología, ha dedicado su vida a Tak’alik Ab’aj, donde trabaja por su reconocimiento como Patrimonio Natural de la Humanidad.
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Yo he tenido la dicha de dedicar mi vida a Tak’alik Ab’aj”, dice la arqueóloga Christa Schieber de Lavarreda, al recordar su papel dentro del equipo que impulsó el reconocimiento de Tak’alik Ab’aj como Patrimonio Cultural de la Humanidad.
Su camino en la arqueología comenzó por azares del destino, eventos que hoy agradece, pues ha convertido esta profesión en su vida. En la actualidad, busca nuevamente llevar el sitio arqueológico a un nuevo reconocimiento; esta vez, como Patrimonio Natural de la Humanidad.
Christa Schieber se ha desempeñado como jefa del Parque Arqueológico Nacional Tak’alik Ab’aj, en El Asintal, Retalhuleu, donde procura visibilizar la historia arqueológica del sitio y continuar el legado del arqueólogo Miguel Orrego, fundador del parque.
¿Cómo llegó a su vida la arqueología?
En la vida, a veces uno quiere algo distinto, pero los azares del destino lo llevan por otro camino. Yo quería estudiar Arquitectura, pero debía trabajar de día y no existía la carrera en horario nocturno. Entonces busqué otra opción y, gracias a Dios, estaba (la carrera de) Arqueología.
Fue uno de los grandes regalos que me dio la vida, porque desde el inicio me apasionó. Esa misma pasión la siento hasta hoy, porque, para mí, trabajar en esto es como estar de vacaciones.
La arqueología entró por la puerta trasera en mi vida. Siempre me gustó la historia: de niña leía a escondidas con una linterna bajo las sábanas, para que mis papás no me vieran.
Cuando quise hacer mi primera práctica como estudiante, busqué dónde. Primero tuve una breve experiencia en Kaminaljuyú, lo cual me convenía porque tenía un bebé y estaba cerca de casa. Pero luego surgió la oportunidad de participar en Río Azul, en Petén.
Mi esposo, Francisco Guillermo, me dio luz verde dos veces para dedicarme de lleno a la arqueología. La primera fue cuando aceptó que me fuera a Río Azul. Yo pensé que regresaría en dos semanas, porque las condiciones eran duras: zancudos, privaciones, un lugar apartado. Pero, en vez de rendirme, eso reforzó mi pasión.
La segunda vez fue decisiva. En Río Azul conocí al arqueólogo Miguel Orrego, quien soñaba con hacer un proyecto en Tak’alik Ab’aj. En ese tiempo, el lugar todavía se conocía como Abaj Takalik. Él me decía: “Mire a ver si se apunta”. Y otra vez mi esposo me dio apoyo, convencido de que no aguantaría. Se equivocó: llevo casi 40 años en este trabajo y sigo adelante, porque me encanta.

Su legado en la arqueología es impulsado por su esposo, Francisco Guillermo, su hijo, Christian Alfonso, y sus nietos. (Foto Prensa Libre: cortesía R. Mazariegos)
¿Cómo empezó el sueño de Tak’alik Ab’aj?
Cuando trabajaba en el proyecto, junto a Miguel Orrego, empecé a comentarle que consideraba posible nominar Tak’alik Ab’aj como Patrimonio Cultural de la Humanidad, por la valiosa historia que ha salido a la luz gracias a las investigaciones realizadas a lo largo de los años.
La investigación nos permitió entender el aporte de sus antiguos pobladores a la humanidad y el valor único del sitio. Uno de los hallazgos más destacados fue su sistema de manejo del agua: Tak’alik Ab’aj cuenta con dos sistemas hidráulicos, uno para abastecer de agua las áreas habitacionales y otro para evacuarla de plazas y edificios.
Comprender cómo las antiguas civilizaciones resolvieron esto con tal eficiencia —al punto de que el sitio no presenta problemas con su “alcantarillado ancestral”— evidencia una ingeniería avanzada y un profundo conocimiento del entorno.
A través de la investigación, descubrimos la riqueza que encierra este lugar, lo que lo hacía un claro candidato para ser reconocido. Recuerdo que Miguel Orrego solía decirme: “Ay, usted con sus sueños”, convencido de que no lo lograríamos.
La lucha por la nominación como Patrimonio Cultural de la Humanidad comenzó en 2013, cuando presentamos la investigación y la documentación, en un proceso que nos tomó al menos 10 años, hasta que en 2023 fue declarado patrimonio.
Durante ese tiempo, persistimos, luchamos y volvimos a presentar la documentación. Siempre había requisitos que cumplir, en su mayoría vinculados al respaldo institucional. Uno de ellos fue la creación de la zona de amortiguamiento, que se logró gracias a la misma familia que donó el terreno del parque: la familia Ralda González.
Hubo otras condiciones difíciles y costosas de cumplir, pero se lograron. Así, lo que comenzó como un sueño, se convirtió en realidad.
¿Cuáles han sido los retos para mantener a Tak’alik Ab’aj como patrimonio?
Lograr la declaratoria fue una lucha, pero mantenerla es un desafío aún mayor. Tenemos la enorme responsabilidad de garantizar que el parque conserve sus valores universales excepcionales, sin factores que comprometan su integridad y autenticidad.
Actualmente, enfrentamos amenazas vinculadas a la situación económica. Los propietarios de tierras aledañas están cambiando el uso del suelo: abandonan el café —sostenible y amigable con el ambiente— por cultivos que ofrecen precios momentáneamente más altos, como el hule. Esto conduce a la sobreproducción, caída de precios y, por último, a potreros, que representan el máximo grado de degradación del suelo.
Tal vez alguien piense que un potrero, con pasto y ganado, es suficiente. Pero no se compara con la riqueza de un bosque, que retiene agua y preserva la fertilidad del suelo. La sobreexplotación de los recursos naturales es una amenaza tanto para el parque como para la humanidad. Si no cuidamos nuestro entorno, enfrentaremos escasez de agua, tierras infértiles y climas cada vez más extremos.
El parque es como un ser vivo: necesita agua, sol y un ambiente libre de contaminación. Por eso, nuestra ilusión ahora es ampliar la declaratoria para que Tak’alik Ab’aj sea también reconocido como Patrimonio Natural. La riqueza de su entorno lo merece. La fauna ha regresado al parque porque aquí encuentra mejores condiciones que en las zonas vecinas.
Muchos visitantes se sorprenden al saber que este lugar fue, en su momento, un cafetal. Restauramos su ecosistema, trayendo especies de barrancos cercanos, y así se recreó un entorno natural que hoy acoge a innumerables animales.

Por más de 40 años, Christa Schieber ha trabajado en la investigación del Parque Arqueológico Nacional Tak’alik Ab’aj. (Foto Prensa Libre: Tak’alik Ab’aj/MCD/DGPCYN-IDAEH)
¿Qué significaría para usted lograr también la declaratoria de Patrimonio Natural para Tak’alik Ab’aj?
Sería una fresita más en mi gran pastel de fresas, que ha sido mi vida. He dedicado todo mi trabajo a Tak’alik Ab’aj; esa ha sido mi verdadera carrera. Incluso dejé en pausa mi doctorado para no desatender las necesidades del parque.
Me gustaría concluirlo, porque soy de esas personas a las que les gusta terminar lo que empieza. Pero, más allá del doctorado, lograr que Tak’alik Ab’aj sea también reconocido como Patrimonio Natural sería un gran logro para todo el equipo.
Desde el inicio, nuestro objetivo ha sido enseñar la arqueología en su entorno, y esto nos ayudaría a preservar su esencia.
¿Cuáles son los requisitos para que este sitio obtenga la declaratoria de Patrimonio Natural?
Para obtener el reconocimiento, lo que se necesita es ampliar un poco el equipo con expertos en biología, tanto en flora como en fauna. No sería un cambio mayor, solo integrar a expertos que estudien más esta riqueza.
Este sueño se podría cumplir porque contamos con registros muy completos del ecosistema, por lo que bastaría con pulir la información y profundizar en algunos aspectos naturales, para presentar en la Unesco esta información.
Y es necesario entender que el parque Tak’alik Ab’aj nos muestra cómo esta civilización resolvía sus problemas de forma sofisticada, con desarrollo y sin afectar el ecosistema. Los antiguos habitantes de este sitio arqueológico conocían a fondo su entorno: el paisaje, los fenómenos naturales, los animales, el suelo. Incluso sabían cuándo llovería.
Desde esa visión, hemos adoptado un lema fundamental: la arqueología no se puede enseñar sin su entorno. Por eso nos preocupa tanto que la arqueología en Tak’alik Ab’aj se muestre siempre integrada con el paisaje que la rodea. Ser reconocido como Patrimonio Natural ayudaría a conservar esa esencia que hace único a este parque arqueológico.

Christa Schieber y Miguel Orrego, fundador del parque Tak’alik Ab’aj, impulsaron su nominación como Patrimonio Cultural de la Humanidad, reconocimiento obtenido en 2023.(Foto Prensa Libre: Tak’alik Ab’aj/MCD/DGPCYN-IDAEH)
¿Por qué centrar toda su vida en Tak’alik Ab’aj?
Yo diría que fue al revés: Tak’alik Ab’aj se regaló a mi vida. Algunos me han dicho: “¿Cómo es posible que no quiera irse a otro lugar?”. Pero yo sé, de corazón, que las cosas valiosas requieren dedicación.
La arqueología habla si uno está dispuesto a escucharla. No se trata de venir, hacer tres pozos y adiós. Hay que quedarse, investigar, documentar. Cada respuesta abre nuevas preguntas, y así se va armando el rompecabezas de esta hermosa historia.
¿Cuáles han sido los principales retos que ha enfrentado como arqueóloga y, en especial, como mujer en este campo en Guatemala?
El reto más grande ha sido tener paciencia con las personas que, aunque se les explique cien veces, no entienden. Con los adultos es difícil: algunos escuchan, pero no comprenden; otros, simplemente, no cambian.
Con los niños, en cambio, nunca he perdido la esperanza. No están tan atrapados en convenciones sociales ni en tradiciones dañinas. Son curiosos, abiertos y adoptan con entusiasmo cualquier cosa que les llama la atención.
Lo comprobamos durante la segunda Caravana de la Alegría, que organizamos para celebrar la declaratoria como Patrimonio Mundial. La felicidad de los niños al participar fue enorme. Ya sienten orgullo por el parque, reconocen su nombre y lo asocian con respeto y alegría.
Recuerdo que, una vez, en una gasolinera, un trabajador nos reconoció y dijo con orgullo: “Ustedes son los de las doncellas”. Fue un instante en que comprendí que, aunque breve, ese orgullo podía iluminar la vida de una persona y conectarla con su historia. Todos los guatemaltecos somos resultado de nuestra historia.
Podemos sentir orgullo, incluso de los pasajes difíciles, porque la esencia permanece. Para eso trabaja la arqueología: para descubrir las maravillas del pasado, que también incluyen tristezas y sufrimientos, pero que nos muestran que, a pesar de todo, nuestros ancestros lograron grandes cosas.
La historia enseña que el ser humano está hecho para crear maravillas, si así lo quiere. No es una enseñanza tediosa; al contrario, es fascinante.

La lucha por la nominación como Patrimonio Cultural de la Humanidad comenzó en 2013, en un proceso que nos tomó al menos 10 años, recuerda la arqueóloga. (Foto Prensa Libre: Tak’alik Ab’aj/MCD/DGPCYN-IDAEH)