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La arquitectura del pensamiento callejero
En mis próximas notas, no voy a reflexionar ni tampoco a escribir sobre aconteceres nacionales o internacionales. Me he tomado la molestia de acercarme a ciudadanos que vagan por Jutiapa y Jalapa, y que no son ni célebres ni representativos de nada y de nadie. Con ellos he conversado sobre las figuras del retablo nacional […]
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En mis próximas notas, no voy a reflexionar ni tampoco a escribir sobre aconteceres nacionales o internacionales. Me he tomado la molestia de acercarme a ciudadanos que vagan por Jutiapa y Jalapa, y que no son ni célebres ni representativos de nada y de nadie. Con ellos he conversado sobre las figuras del retablo nacional y en esta y mis siguientes opiniones, le trasmito la impresión de ellos respecto a situaciones y personajes con los que se han cruzado o han sabido en su vida. En su memoria desfilan seres sabios, paradójicos y lunáticos, de tiempos pasados y actuales. Muchos de ellos preconizadores de cosas buenas, pero actores de puras malas –opinó don Cleo de los alcaldes y síndicos que ha conocido. –Cínicos desvergonzados en el mentir y tacaños con hacer el bien –llamó Matías a curas y políticos.
El hombre de la calle tiene retrato vivo de seres que en conjunto llenan las páginas de las noticias de una época y de ahora, cuajadas de desesperanzas y desilusiones alimentadas por una minoría que las vigila, controla y custodia, ya sea por las buenas o por las malas.
De que nuestra gente es desconfiada, ni dudar. Después de varios intentos y fracasos, bajo promesa de anonimato, logré convencerlos de conversar y grabar. El guatemalteco siempre está preocupado por el qué dirán de lo que piensa, se muestran temerosos en su hablar y evade el análisis. Las palabras son balas capaces de herir y de matar y por eso no hay que revelar secretos –me aseveró Luis. Así que los nombres que uso son ficticios. Muchos de ellos eran jóvenes, otros no, pero todos volvían sus pensamientos al pasado y comparaban realidades de antaño con el presente. Acá caben de introducción las palabras del trotamundos y mil oficios de Anselmo:
–No podemos presumir de moralistas, todos tenemos culpa de lo que sucede a este país, ya sea por callar o por dejar de hacer cosas debidas y alinearnos en indebidas, solos o acompañados de patrones o políticos. No tiene ahora caso lamentarnos, especialmente los viejos, que todo lo dejamos y abandonamos en nuestra vida con puras ilusiones.
Como introducción también cabe lo dicho por doña Agripina: –agora no vale discutir sobre lo que se hizo bien: vacunaron; abrieron puestos de salud, escuelas, caminos, pero me parece que mucho se hizo mal de todo ello y mucho se ha dejado de hacer; usted puede comprenderlo perfectamente si se viene tan siquiera un año entre nosotros; somos Colonia dependemos de los intereses y demandas y dadivas de otros y no lo lamento, la culpa es nuestra. Somos y estamos vacíos, cansados, humillados. Solo nos acercamos a las maravillas del mundo existente o creado por el hombre, a través de lo que dicen otros. No disfrutamos y comprendemos poco de lo que se dice o se hace. Nuestro paisaje, nuestra tierra no es mala del todo; acá se dan cosas buenas y útiles, pero los que se benefician de ello son pocos y en esta situación, se lucha con menor éxito pues no vale ni reditúa gastar energías en otros. Violencia, crueldad, tensión; bajo eso nacemos, crecemos y vivimos; no hay melindres para el cuerpo ni para el alma; detestamos y nos detestan; no comprendemos y no nos comprenden; somos extraños en tierra propia. Ya no lo canso: Todas esas cosas nos han formado y si usted quiere deformado. Acá todo es diferente nos decía el otro día el doctor del centro de salud: los catarros, las diarreas y las muertes. Y el maestro decía que los niños de por acá son brutos, tercos, necios y caprichosos y pocos son los que logran liberarse de todo eso. Pero mire usté: aun así, somos agradecidos y en medio de tal desventura, creemos que la vida merece vivirse y nos aferramos a ella.
Al terminar de oír a doña Agripina, quedé convencido que tanto ella como los suyos vencen obstáculos y el recuerdo de lo malo, llámese gobiernos, patrones, religiosos, educadores, médicos, al final lo disipa su corazón y su mente y a pesar de tanto pesar, siempre quieren y esperan mejorar. Orgullo o ceguera, no sé qué hay en todo ello; lo más probable es que se vive a mitad y quizá si tuvo razón Nietzsche cuando afirmó que: es preciso tener caos dentro de sí, para poder dar a luz una estrella danzarina.