La noche en que arde el diablo

La noche en que arde el diablo

Históricamente, la costumbre se remonta al siglo XVI.

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07/12/2025 00:03
Fuente: Prensa Libre 

Hoy, 7 de diciembre, el calendario de todo guatemalteco tiene una hora marcada en fuego: las 6:00 pm. El país se detiene y el fuego manda. En ese preciso momento, en la mayoría de las ciudades del país el aire se carga con el olor inconfundible a pólvora y papel quemado, mientras el estruendo de cohetes y ametralladoras anuncia el inicio del ritual de purificación más espectacular del país: la Quema del Diablo. Una tradición profundamente arraigada que consiste en encender hogueras en calles, esquinas o patios, quemando una figura del diablo —generalmente una piñata de cartón o papel— junto con basura, papeles viejos y objetos inservibles. Es un acto simbólico de limpieza, una forma de expulsar el mal, la suciedad y las malas energías que se cree se esconden entre los enseres viejos del hogar para iniciar con el espíritu renovado la temporada navideña.

Es un acto simbólico de limpieza, una forma de expulsar el mal, la suciedad y las malas energías.

La clave del ritual radica en su fecha. La Quema del Diablo ocurre en la víspera de la fiesta de la Inmaculada Concepción, patrona de Guatemala desde la época colonial. El fuego purifica el camino para recibir a la Virgen, concebida sin pecado original, símbolo del triunfo sobre el mal. Según la costumbre, ella aplasta la cabeza de la serpiente —el diablo— y, al llegar la hora señalada, “sale al cielo y enciende sus lámparas”, razón por la cual las familias prenden sus propias luminarias. En muchos hogares, el ritual se transmite con frases que resuenan generación tras generación.

Históricamente, la costumbre se remonta al siglo XVI. Las fogatas se encendían con un propósito práctico: iluminar las calles y guiar el paso de las procesiones religiosas. Con el tiempo, se fusionaron con el acto de quemar lo inservible del hogar, transformándose en el ritual de exorcizar el mal que conocemos hoy. Gracias a su valor de identidad, ha sido declarada Patrimonio Cultural Intangible de la Nación. En varios puntos de la capital y otras ciudades, la quema se convierte en una verdadera fiesta popular que precede a las celebraciones de la Virgen.

Aunque el uso del fuego como símbolo de renovación existe en muchas culturas latinoamericanas —la quema de monigotes de Año Viejo en Ecuador o la quema de Judas en México— la versión guatemalteca es única. Su fecha fija del 7 de diciembre, su vínculo con la Inmaculada Concepción y su carácter de ritual nacional que detiene al país a una hora específica la distinguen de cualquier otra tradición en el continente.

Pero más allá del simbolismo religioso y la limpieza espiritual, la Quema del Diablo es también una celebración profundamente comunitaria. Las familias se reúnen y comparten tamales, tostadas y atol. Los niños corren entre chispas. Es una noche de reencuentro, donde vecinos que apenas se ven durante el año se saludan entre llamas y pólvora. La fogata se convierte en encuentro, donde lo ancestral y lo cotidiano se abrazan. La hoguera no solo limpia: también une.

Sin embargo, toda esta belleza, esta catarsis, tiene un precio que se cobra al día siguiente: el patrimonio también contamina. Plásticos, llantas y baterías convierten la fiesta en humo tóxico. El Ministerio de Ambiente impulsa una evolución, promoviendo versiones ecológicas que invitan a quemar únicamente figuras de papel y cartón sin materiales contaminantes. Se busca equilibrar la tradición con la responsabilidad ambiental, sin apagar el espíritu de la noche de fuego. La tradición no debe convertirse en humo contra nosotros.

La Quema del Diablo no es solo un espectáculo visual; es una manifestación comunitaria, una declaración de fe y el estruendo oficial que anuncia que la Navidad chapina ha comenzado. Porque con cada chispa que vuela, arde también el deseo de empezar de nuevo.