Sin la poesía, ¿qué seríamos?

Sin la poesía, ¿qué seríamos?

En estos tiempos de guerra, violencia, engaño, espectáculo, estupidez e incertidumbre, la poesía es el aliento del mundo, parte fundamental de la cultura.

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13/11/2025 00:04
Fuente: Prensa Libre 

Sin la poesía, seríamos solo carne para las aves carroñeras, insaciable sed, cenizas para lanzar al viento o heridas abiertas del vientre a la tumba, viviendo sin pena ni gloria. Y es que, como dijo Alejandra Pizarnik, “la poesía es el lugar donde todo sucede. A semejanza del amor, del humor, del suicidio y de todo acto profundamente subversivo, la poesía se desentiende de lo que no es su libertad o su verdad”. Por eso, los dictadores y los cretinos la quieren fuera de su mundo.

No digo que a todo el mundo deba gustarle la poesía, porque eso sería tan tiránico como intentar borrarla de una sociedad.

Es lo que está sucediendo con el Festival Internacional de Poesía de Medellín, que ahora “está recibiendo un duro ataque de la extrema derecha colombiana, representada en algunos concejales de Medellín, mediante el cual se quieren eliminar los fondos anuales que permiten la preparación y realización de un Festival que es celebrado en el mundo por su masiva convocatoria y por el abrazo de la ciudad a los poetas del mundo”, según dice su director, Fernando Rendón.

Durante 35 años, este festival ha tenido la participación de cerca de dos mil cien poetas de 197 naciones, para exaltar la vida y propiciar el diálogo entre las culturas y las tradiciones poéticas del planeta en busca de la paz, el humanismo, la justicia social y la solidaridad entre los pueblos, señala Rendón. Y no me lo contaron, porque estuve allí en la edición 2010 y pude dimensionar la importancia del evento. Recuerdo que, al cierre del festival, estábamos leyendo poesía en el escenario de un hermoso anfiteatro al aire libre en Medellín, cuando de pronto comenzó a llover muy fuerte. Aquella tarde, nadie se movió de sus lugares en las gradas del anfiteatro, que estaba completamente lleno. Inmediatamente, cientos de sombrillas de colores se abrieron y permanecieron, por más de una hora o quizá dos, sobre las cabezas de quienes escuchaban poesía de todas partes del mundo. Verlo desde el escenario era como ver el cuadro Los paraguas, de Renoir, o como estar en nuestra Calle de las Artes, en San Juan La Laguna, en Guatemala.

No digo que a todo el mundo deba gustarle la poesía, porque eso sería tan tiránico como intentar borrarla de una sociedad. Digo que, en estos tiempos de guerra, violencia, engaño, espectáculo, estupidez e incertidumbre, la poesía es el aliento del mundo, parte fundamental de la cultura. Y la cultura es la que le da sentido a nuestra existencia, aunque no tengamos conciencia de ello. Cuesta entender que haya ciegos que no duden en apoyar la inversión en armas, ejércitos o drogas en su mundo, pero que al mismo tiempo se opongan a invertir en creación, poesía, libros, arte, entre más. ¿Cómo es que no les importa cuánto se invierte en una cultura de muerte y odio, pero sí les molesta que se invierta en manifestaciones por la vida, el pensamiento, el espíritu y la cohesión social?

Un festival como el de Medellín debe permanecer “como un símbolo y signo de confluencia de las fuerzas poéticas y espirituales que tanto necesita el mundo en este momento”, dice su director. Al igual que espacios como el del Festival Internacional de Poesía de Quetzaltenango, por el cual el entrañable amigo y poeta Marvin García ha luchado tanto en Guatemala, durante años. Son pausas para recuperar el aliento, respiradores que mantienen vivo a un mundo enfermo.

Ya hablaré de la mentira en el mundo, del genocidio palestino, de Siria, la Amazonía o Filipinas, de los cadetes disidentes que también un 13 de noviembre, pero de 1960, iniciaron el MR-13 en Guatemala, de la corrupción en la Universidad de San Carlos y de su falso rector Mazariegos, de las elecciones secundarias 2026 en nuestro país, de los embarazos forzados en niñas y adolescentes, o de la estúpida política de marquesina en el mundo. Hoy, hablo de esperanza y pongo a la poesía primero. Como a la vida, hasta su último aliento.