El papa Francisco y el legado de la misericordia

El papa Francisco y el legado de la misericordia

Aproximarse a los alejados, a los marginados, a los resistentes, a los no creyentes fue su consigna.   

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23/04/2025 00:04
Fuente: Prensa Libre 

Este lunes, cuando apenas despuntaba el alba, recibimos en nuestras plataformas de mensajería una noticia impactante. El papa Francisco, quien había sufrido problemas de salud desde hacía algunas semanas, pero a quien se le vio en la audiencia dominical en la plaza de San Pedro este domingo, había fallecido súbitamente. La noticia llegó en un momento en que los fieles comenzaban a tener la esperanza de una lenta pero segura recuperación del pontífice. Sin embargo, no fue así. Los designios del Creador fueron otros.


Siendo el primer papa de origen latinoamericano, su elección, hace más de 12 años, fue ciertamente inesperada. No solo por su inédita procedencia, sino porque era el primer papa perteneciente a la orden jesuita, además de haber escogido un nombre que no había sido usado antes en los anales de la historia de la Iglesia. En muchos sentidos, este papa fue uno con muchos “primeros” en su cuenta. Analistas y vaticanólogos conjeturaron en aquel momento que la elección había sido pensada para un papado de transición, dado que ya era un hombre mayor cuando resultó elegido. Sin embargo, las sorpresas continuaron. Con un gobierno de la Iglesia que superó más de una década y habiendo llegado casi a los 90 años en pleno uso de sus facultades mentales, el Papa acometió su labor pastoral con la energía propia de una persona más joven.


Francisco concentró su pontificado en cuatro grandes tareas. La primera, la de impulsar una reforma profunda de la curia vaticana. También su gestión tuvo la impronta de un hombre que, como San Francisco, quería ser recordado por la humildad y la sencillez en sus modos y trato. En cuanto a los contenidos de sus encíclicas, las mismas fueron enfocadas a temas pastorales y sociales como el medio ambiente, la fraternidad y la convivencia. En cierta forma, la orientación de estos documentos lo hizo complementarse con sus dos grandes predecesores, el primero de ellos, Juan Pablo II, un auténtico papa filósofo, y el segundo, Benedicto XVI, un verdadero papa teólogo. A Francisco —se decía— le correspondió el rol de un papa pastor.

En muchos sentidos, este papa fue uno con muchos “primeros” en su cuenta.


Sin embargo, el sello característico de su labor fue el de insistir en la importancia de la misericordia. Aproximarse a los alejados, a los marginados, a los resistentes, a los no creyentes, fue su consigna. Algo que quizá puede haber movido a muchos a pensar que centraba más su mirada en los adversarios o críticos de la Iglesia que en aquellos que tenía cerca. Sin embargo, siempre lo hizo con la actitud de una iglesia que abre sus puertas y que escucha, bajo el entendido de que la única forma de misionar es precisamente la de entender las realidades que le rodean. Si alguien tiene dudas de por qué lo hizo y qué lo movió, simplemente tiene que leer la parábola del hijo pródigo. Allí esta la explicación, contada hace dos mil años por el propio Jesucristo.


Ahora que ha llegado el momento de valorar sus tiempos, estoy seguro de que saldrán a discusión opiniones diversas, unas favorables a su gestión como otras que no, en este o aquel tema. Otros plantearán el debate de si la Iglesia debe seguir el curso que ha tomado en los últimos años, tomando como referencia el cónclave que se avecina. Esa discusión, intensa, polémica pero muy humana al fin, vendrá. Pero de algo estoy seguro. Nadie podrá cuestionar la fuerza del mensaje que Francisco nos ha legado. La misericordia como un verdadero atributo del buen cristiano.