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Algo no cuadra en Teherán
Los recientes bombardeos en Irán generan dudas que deben ser puestas en contexto sobre qué pasará de ahora en adelante.
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Siguiendo en la misma línea de mi columna anterior (El asunto iraní 12/7/2025), una cosa debemos tener clara: Irán ha sido, con pocas variaciones, el principal enemigo de los Estados Unidos (EE. UU.). Asimismo, en el caso de Israel, en particular para su primer ministro, Benjamín Netanyahu, dicho régimen también ha sido su principal enemigo, como lo manifestó en la Asamblea General de la Organización de Naciones Unidas en el 2012. Por lo tanto, la solución contra su némesis para estos dos grandes aliados es eliminar al régimen islámico, cosa que después de los recientes bombardeos por ambos no pasó, pero lo que más me llama la atención es la reacción de Irán, que merece un breve contexto para entenderla.
La historia reciente de Irán tiene una relación con la de Guatemala, debido a que después de la elección democrática de Mohammad Mosaddeq bajo el sistema parlamentario de los maijis, en 1951, y la agenda de este de implementar reformas económicas, sociales y de posesión de la tierra y sus recursos, llevó a una nacionalización del petróleo iraní. Esto provocó la crisis de Abadán, que culminó con el golpe de Estado a Mosaddeq en 1953, bajo un plan diseñado por los ingleses, pero puesto en práctica por EE. UU., lo que fue su primer operación para derrocar a un régimen democráticamente electo. Un año después, los EE. UU. siguieron el mismo plan de esta operación para derrocar al presidente democráticamente electo, Jacobo Árbenz, en Guatemala.
El máximo objetivo de Israel es la destrucción del programa nuclear de Irán y el derrocamiento del régimen islámico.
Con la excepción del episodio anterior, Irán siempre ha sido un país de interés para occidente desde finales del siglo XIX. Es el auténtico corazón de Asia que conecta el próximo con el lejano Oriente y Eurasia con el subcontinente asiático. Previo a la revolución islámica de 1979, Irán llegó a construir una avanzada red de infraestructura de comunicaciones y comercial, y también dio inicio a un programa nuclear a mediados del siglo pasado, durante los gobiernos de la dinastía Pahlavi, mejor conocida como la dinastía de los Shah (1925 – 1979). Es importante señalar que, al igual que con el actual régimen islámico, los Pahlavi también hablaban de un programa nuclear pacífico, aunque siempre ha tenido las características para desarrollar capacidades armamentistas.
Después de la revolución islámica en 1979 y con el control del líder supremo, el Ayatolá Ruholla Jomeiní, toda la infraestructura iraní, así como su economía y su sociedad, fue transformada, primero, por la influencia de la ley islámica (sharia o sharía), y, luego, por la guerra contra Irak, que dio lugar a la creación del terrorismo islámico contemporáneo por parte de los iraníes. Una vez terminada la guerra en 1988, Irán, bajo Jomeiní, primero, y, ahora, con Alí Jamenei como su líder supremo, implementó una política exterior de influencia estratégica regional que para el 2004 se elevó a nivel mundial con una declaración pública de rechazo de Jamenei al desarrollo de armas nucleares, a la vez que inició un acercamiento con Rusia y China y una mayor presencia a nivel internacional.
Desde entonces, dos constantes ha tenido el régimen iraní: negar un programa armamentista nuclear y a la vez promocionar un desarrollo de capacidades militares del más alto nivel. Después de los ataques de EE. UU. e Israel y con las declaraciones oficiales iraníes, hay algo que no se entiende con la actual “calma” en Irán: o los aliados occidentales destruyeron dos décadas de capacidades militares, o el régimen iraní mintió sobre estas o hay una negociación más profunda entre estos enemigos eternos porque la situación con Irán al día de hoy regresó exactamente al punto previo a los ataques, lo que genera más dudas sobre el porqué de los mismos. ¡Feliz domingo!