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“El sueño ya se cumplió”
Siempre pensé que la migración, como subsistencia para los guatemaltecos, era imposible de revertir.
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Vivimos en tiempos cuando el futuro es difícil de predecir. Acontecimientos mundiales y movimientos políticos han venido a desconfigurar mucho de la normalidad que antes dimos por sentada. ¿Quién puede anticipar, por ejemplo, lo que pasará a largo plazo en la carrera comercial entre oriente y occidente? O, en Europa, si los movimientos ultraconservadores que por tanto tiempo creímos enterrados, resurgirán. Los guatemaltecos, los olvidados e ignorados, encontraron una ruta de felicidad unas décadas atrás. Hicieron caso a un llamado lanzado desde el Norte para una universalidad. Vengan a mí, dice un poema en la Estatua de la Libertad, los pobres y los hacinados, que anhelan libertad. Y la gente del mundo hizo propio el llamado. Según el Migration Policy Institute, casi 50 millones de los habitantes de Estados Unidos, nacieron en otro país.
Siempre pensé que la migración, como subsistencia para los guatemaltecos, era imposible de revertir.
Por mucho tiempo ya, el problema de la migración irregular ha sido un tema político principal en las potencias del mundo. Se dice que la catástrofe humana por la guerra en Siria, en 2011, que expulsó a más de 7 millones afuera de sus fronteras, dio inicio a una forma distinta de tratar los desplazamientos masivos que aceleradamente crecían. Europa sintió el impacto y luego surgieron oportunismos políticos que incitan soluciones populistas. Los nacionalismos extremos mueven las banderas de la xenofobia. Y algo tan natural, como la migración, ha sufrido una etiqueta difícil de borrar en algunos lares. El mes pasado se cumplieron ya 10 años de cuando Trump bajó de una escalinata de oro, en su edificio de Nueva York y anunció su primera candidatura. Fue entonces que sentenció que México -al “enviar” migrantes- no manda a los mejores de los suyos, sino que a “criminales” y “violadores”. El resto es una historia que apenas descubrimos.
En Georgia y Tennessee platiqué con dos paisanos que hicieron su vida en estos Estados. Ambos, por más de 25 años. Y, a pesar de que sus vidas están establecidas aquí, aquí sus hijos, sus negocios, sus casas y familias, sus vidas, sus memorias, aquí su pasado, su presente, sus sueños y temores, sus proyectos e ilusiones… aquí, su hogar, hoy tienen amenaza de deportación. Los abogados migratorios que pagaron nunca lograron la tarjeta de residencia verde. Entonces, siempre hubo un tanto de temor, de respeto, por lo que podría pasar. Por eso vivieron vidas ejemplares; lograron lo mucho desde la nada. Ambos, por separado, confrontados por la idea de caer en las manos de la temida policía ICE, nos relataron cosa parecida, que aquí parafraseo. En palabras similares dijeron “Si me agarran, que me lleven. El sueño -americano- ya lo cumplí”. Siempre fui de los que pensó que la migración hacia EE. UU., como modelo de subsistencia para los guatemaltecos, era imposible de revertir. No solo por la determinación de la gente, sino también por lo entrelazado que están ya con las distintas economías de cada lugar a donde han llegado. Pero las redadas y medidas de persecución que vistas últimamente, han sido muy crudas en lugares como estos. Otro nos narraba cómo enfrente de él se llevaron a dos de sus trabajadores. “Me da lástima; me da coraje”, dijo el hombre tesonero a quien nada lo detuvo en el pasado. “Es como mi familia y da coraje ver cómo los tratan”. La gente está decaída. Los negocios están disminuidos “al 40%”, nos dijo el que atiende en una enorme tienda de importaciones desde Guatemala, que hoy luce vacía. Parece que un nuevo credo dicta resignación para el retorno a casa. ¿A qué? Yo me pregunto. Tanta gente acostumbrada a tanto, a lugares donde la carencia los expulsó, hace tanto tiempo.