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El dominio propio logra las buenas relaciones
Las leyes llegan a ser aliados de uno cuando se ha logrado cultivar el dominio propio.
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“El que domina a otros es fuerte: el que se domina a sí mismo es poderoso”. Lao-Tse
En esta vida es muy fácil y muy gratificante exigir a otros para que hagan lo que se les pide y, seguramente, cuando esto se logra, se habrá de probar cuánta autoridad tenemos sobre los demás. Pero la interrogante que queda planteada es si en la misma medida puedo hacerlo conmigo mismo y tener dominio sobre mis intereses y gustos.
La virtud está en tener dominio propio antes de cultivar una capacidad para dominar a los demás.
Para dar una ilustración: si el médico que me atiende me indica ciertas limitaciones en lo que debo de comer para mejorar mi salud y superar los malestares que tengo, probablemente al cumplir al pie de la letra habré de mejorar mi salud.
Pero no sería extraño que en el momento que se dieron las limitaciones, más deseo se tuvo de comer lo prohibido y tal vez se hizo a escondidas y sin lugar a dudas el daño será manifiesto.
Pero, avanzando un paso más, debemos de reconocer que nosotros no vivimos solos y que muchas de las cosas que hacemos, de alguna manera u otra, afectan —o bien involucran— a terceros y, en ese caso, ¿estaré dispuesto a restringir o negar mi interés con el fin de tener o conservar mis buenas relaciones con los que comparten la vida conmigo?
Es fácil poderlo ilustrar con cosas cotidianas que todos experimentamos; por ejemplo, si estamos comiendo y se quiere repetir de algo, ¿cuán dispuestos estamos a preguntar si algún otro quiere, antes de servirme?
Por eso debemos aceptar que la vida, tarde o temprano, nos enseña que cuando nos negamos algo que indudablemente, en muchos casos, es doloroso, con el tiempo paga bien porque las personas, habiéndolo notado, nos valoran; porque no solo estuvimos pensando en nosotros mismos, sino que las tomamos en cuenta a ellas.
En algunos casos, cuando el dominio propio no se está aplicando, se tiene la mala costumbre de culpar a otros y se piensa que de ese modo uno sale bien librado, lo cual no es verdad.
En ningún momento uno puede evadir la responsabilidad individual que tiene, y es exactamente allí donde uno sabe qué debe hacer o no hacer. Y la medida de madurez se manifiesta donde uno muestra una conducta prudente por encima de los gustos e intereses, porque no está determinado en lograr sus gustos, sino que permite que los demás tomen la iniciativa y, de esa manera, favorece las relaciones interpersonales.
Es importante que tengamos presente que el dominio propio se adquiere en los primeros años formativos, y luego, con el tiempo, vamos progresando conforme las relaciones que vamos cultivando y las responsabilidades que adquirimos se van reflejando en todo lo que hacemos, lo que es apropiado; y no simplemente porque nos agrada y nos interesa, al extremo de que, muchas veces, los que nos rodean difícilmente conocen si lo que hacemos es solo porque nos gusta o estamos cumpliendo con nuestras obligaciones.
Cuando tomamos el tiempo de fortalecer nuestro dominio propio, con el tiempo alcanzamos metas y además logramos escalar en posiciones que hubiéramos pensado que no solo eran imposibles, sino que probablemente no eran para uno.
Pero, como en cada etapa supimos callar y no permitir que las circunstancias o emociones nos dominaran y otros nos estaban observando, fuimos recompensados por saber comportarnos, y esa idea de esperar no es más que un perfil del dominio propio.