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Se doblan las apuestas en la mesa de póker
Pasamos de una acción de levantar barreras arancelarias a otra en la que los países se apresuran a abatir las propias, llevando sus aranceles a cero.
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Cuando los visitantes de los principales casinos circulan por sus largos y alfombrados pasillos, no pueden dejar de poner su mirada en algunas salas cuyas puertas permanecen siempre cerradas, custodiadas por guardias de seguridad. En esos recintos se alojan las mesas de juego donde los grandes apostadores se reúnen todas las noches. Nadie que no tenga capacidad financiera para pagar el importe de turno puede cruzar ese umbral. Allí se dan cita jeques, millonarios y tahúres profesionales para jugar enormes sumas de dinero, sin la mirada inquisitiva y molesta de los visitantes ocasionales.
Las dinámicas políticas y económicas internacionales recientes sugieren que estamos presenciando una especie de mesa de póker, donde solamente las grandes potencias están convocadas para jugar. Al mejor estilo de la cumbre de Yalta, donde unos pocos decidieron en 1945 el destino de muchos, los juegos actuales de poder tienen por protagonistas solo a unos cuantos dirigentes. El resto de los países deben seguir la marcha de estos asuntos a la distancia, reaccionando con escaso margen de maniobra.
Siempre recurriendo a la analogía de la partida de cartas, está claro que el presidente Trump ha decidido pasar del bluff o amague, que ha sido parte de su estrategia para obtener resultados sin sufrir mayor desgaste, a una especie de all-in en la que ha apostado todas sus fichas a una sola mano. La medida, el incremento generalizado de aranceles a casi todos los países con los que su país comercia, ha sido puesta en marcha en una especie de mise en scene al que el presidente Trump ha llamado el día de la liberación. Esta es una apuesta a todo o nada porque las implicaciones y consecuencias pueden ser un parteaguas no solo para la economía mundial, sino para su propio proyecto político.
Los eventos recientes sugieren que estamos presenciando una especie de mesa de póker, donde solamente las grandes potencias están convocadas para jugar.
Haciendo a un lado los objetivos confesados de su decisión, que son los de recuperar la inversión de vuelta a Estados Unidos, castigar lo que él ha llamado los desequilibrios comerciales y generarse una importante provisión de recursos producto de los aranceles para hacer frente a su gigantesco déficit fiscal en casa, la orden ejecutiva ha traído consecuencias que no fueron previstas por los analistas. Los países, con el objeto de evitar entrar en la guerra comercial con Estados Unidos han iniciado una serie de gestiones para comprometerse a reducir aranceles a los productos estadounidenses, buscando con ello evitar el perjuicio a sus propias exportaciones.
O sea que pasamos de una acción de levantar, unilateralmente, muros arancelarios a otra en la que los países buscan, colectivamente y en reacción, abatir los propios llevando sus aranceles a cero. Todo ello con la mirada en ocasiones condescendiente de los Estados Unidos. En ese escenario, Trump ha ganado en la primera distribución de cartas, pues asegura la prioridad de la discusión del tema arancelario, el control momentáneo de las dinámicas políticas y una ventaja táctica en su posición comercial. En medio de la refriega ocasionada, Estados Unidos ha publicado un documento listando las barreras no arancelarias que afectan al comercio global, que no debería pasar desapercibido para quienes hoy han aparecido como súbitos defensores del libre comercio.
Pero aún falta el descarte. Allí la suerte puede cambiar. La reacción nerviosa de las bolsas, la lentitud en el proceso de capturar inversiones claves y la escalada de precios en el mercado interno estadounidense puede erosionar el capital político con el que se ha iniciado la movida. De allí el riesgo de la apuesta.