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Un mundo sin frenos
La reactivación de conflictos internacionales demuestra un mundo sin capacidades para prevenir o solucionar estos.
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Hace tan solo tres días, el pasado jueves 24 de este mes, después de un incidente fronterizo, se reactivó otro viejo conflicto fronterizo entre Camboya y Tailandia. Las raíces del conflicto se remontan al Tratado Franco-Siamés, de 1904, sobre las fronteras entre lo que en ese entonces era la Indochina francesa y el Reino de Siam, que nunca dejó del todo claro bajo el control soberano de quién quedarían los territorios aledaños a un templo religioso. No se había dado ningún enfrentamiento considerable entre ambos países sobre este tema en 14 años, hasta que ahora, por un incidente con una mina, el conflicto ha involucrado a las fuerzas armadas de ambos.
Vivimos en un mundo que va sin frenos.
Un querido amigo y colega me comentaba el sinsentido de Camboya de enfrentar a Tailandia, dada la desventaja en cuanto a sus capacidades militares. Fusiles de asalto soviéticos de la década de los cuarentas, clones de tanques chinos —en otras palabras, la copia de una copia y, encima, mal hecha— y un ejército mal entrenado y mal abastecido contra un ejército tailandés con poder terrestre, aéreo y marino moderno, aliado de Estados Unidos. El liderazgo de Camboya parece haber ya reparado en su desventaja y ha llamado a un cese al fuego, pero lo preocupante es que se trata de una reactivación más de un conflicto menor, si lo comparamos en el contexto mundial actual. Se trata de un caso de menor escala comparado con la reactivación de lo que sucedió a inicios de mayo entre India y Pakistán, dos potencias con capcidad nuclear, que también llevaban más de una década sin tensiones militares.
La semana pasada escribí sobre el caso de los bombardeos a Irán, algo que durante casi 30 años parecía impensable, pero tanto Israel como Estados Unidos lo hicieron, pero sin dejar una resolución del mismo. Lo mismo pasó con India y Pakistán y, al parecer, con Camboya y Tailandia, el conflicto se reactiva y luego se apaga, pero sin una clara resolución del mismo. Israel ha abierto un nuevo frente, atacando ciertos objetivos en Siria que, desde que inició la operación Espadas de Hierro —que es la quinta guerra contra Gaza desde el 2008— que lo convierte en el quinto frente de ataque luego de Gaza, Líbano, Yemen e Irán.
Todos estos conflictos se están dando con el telón de fondo de la llamada Operación Militar Especial de Rusia en Ucrania del 2022, que ya se ha convertido en una guerra de desgaste que va para largo y busca desgastar no a Ucrania como país, eso en cierta medida ya está hecho, sino a las instituciones y liderazgos occidentales que después de la Segunda Guerra Mundial erigieron los frenos y el compás moral del sistema internacional. Lo que vemos en los últimos años demuestra que estos frenos y compás moral han quedado bien empacaditos en el bote de material de reciclaje y que son señalados más con fines políticos personales que como verdaderas herramientas preventivas o soluciones a conflictos internacionales.
El gran tablero mundial, curiosamente, ha regresado a Eurasia, a la región que Halford Mackinder identificó como la Isla del Mundo, pero que al contrario del siglo XX no parece haber ningún candidato de querer retomar el control del corazón de dicha isla para prevenir y solucionar conflictos. Los Estados Unidos de Trump no quiere asumir este liderazgo, la Unión Europea no tiene líderes, la Organización de Naciones Unidas es un gran elefante blanco que sigue engordando mientras que quienes asumen el protagonismo internacional con el uso de la fuerza son países no occidentales y no democráticos como China, Rusia y Arabia Saudita. Vivimos en un mundo que va sin frenos y lo único positivo de momento es que no hemos llegado a una cuesta abajo. ¡Feliz domingo!