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De procesiones y alfombras
Ofensa poner comida en el suelo, en un país en el que un alto porcentaje de su población muere de hambre.
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Pasó la Semana Santa y con ella, para algunos, los días de playa, montaña y lagos; para otros, los recorridos de procesiones y alfombras con su valiosa carga cultural, símbolo de identidad, inscritos en la Lista Representativa del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad, Unesco 2022. Apenas culminada la conmemoración de la pasión de Cristo con su resurrección, al alba del Lunes de Pascua, falleció el Papa Francisco, orgullo latinoamericano al ver a uno de los nuestros elevarse a la más alta jerarquía eclesiástica. Mi generación, nacida en la segunda mitad de 1940, ha vivido siete papados: Pío XII, Juan XXIII, Pablo VI, Juan Pablo I, Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco. El cónclave de 138 cardenales electores menores de 80 años que se reunirá en la Capilla Sixtina, elegirá al sucesor de Francisco.
Ofensa poner comida en el suelo, en un país en el que un alto porcentaje de su población muere de hambre.
Vuelvo a los cortejos procesionales y sus alfombras para comentar algunas experiencias vividas en esos días, en particular, en La Antigua Guatemala. Reconozco y admiro el trabajo, tanto de las hermandades como de los vecinos. Unos en organizar lo concerniente al diseño y construcción de los ornamentos para cada anda, organización del cortejo, asignación de turnos a los cargadores que cada año aumentan y decidir el recorrido que necesariamente se alarga en el tiempo. Así, por ejemplo, la procesión de San Bartolomé Becerra, el 5° Domingo de Cuaresma duró 24 horas; salió a las 3 de la mañana. Los Santos Entierros de Viernes Santo, de San Felipe de Jesús y Escuela de Cristo, salieron a las 15:00 horas y entraron de vuelta a las 8:30 horas del Sábado de Gloria, un recorrido de 18 horas.
En cuanto a los vecinos, por demás está decir la riqueza con la que visten a la ciudad. Los antigüeños se esmeran en presentar sus casas de la mejor manera: reparan acabados de los muros y los pintan con los colores que manda la tradición; se lijan y barnizan las puertas de madera y se deshierban los empedrados. La unidad del paisaje urbano y arquitectónico de la ciudad histórica conservada es un espléndido marco para fotografiar los cortejos; el resultado es una postal para enviar a amigos y familiares. Esos mismos vecinos preparan las alfombras por las que el Nazareno pasará, en un claro homenaje cuyo origen se pierde en el tiempo junto al sincretismo entre la cultura maya y la religión católica aportada por España; las primeras con flores y las otras con serrín coloreado. Alfombras que devienen en obra de arte efímero.
Pocos años atrás, se perdió el concepto y razón de ser de ese homenaje. Se introdujeron elementos sin sentido: maquetas de andas, cromos enmarcados con vidrio, juguetes, peluches y el detestable nombre de empresas comerciales… como también, el uso de productos de panadería, vegetales y frutos. Estos últimos son usados, por su naturaleza, en los llamados “huertos”, de los viernes de velación durante la Cuaresma, no como alfombra, sino como antesala escenográfica para la imagen que saldrá en procesión el domingo siguiente.
Como alfombras procesionales, me parecen un absurdo, toda vez que representan un grave peligro para los cargadores al poner en alto riesgo su seguridad personal y la potencial caída del anda, con los desastrosos efectos que eso representaría… Además, considero una aberración y una innecesaria ofensa poner comida en el suelo, en un país en el que un alto porcentaje de su población muere de hambre.
Las hermandades habrán de hacer algo para poner fin a esa mala práctica, contradictoria al homenaje que en principio se desea brindar a quien predicó ante los pobres y multiplicó panes y peces para alimentar a sus seguidores.