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Siete palabras de Francisco
Ha partido de este mundo, pero no sin sembrar esperanza.
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El papa Francisco se ha ido. Así como llegó: sorpresivamente y sin aspavientos. Ha partido de este mundo, pero no sin sembrar esperanza, no sin deplorar repetidamente la brutalidad de las guerras incluso en su última alocución, no sin expresar al vicepresidente de EE. UU. —el sábado último— su desaprobación hacia las políticas de deportación masiva de migrantes, y por supuesto, no sin insistir a los católicos sobre la necesidad de una Iglesia renovada, en salida, abierta a los más necesitados de consuelo, comprensión y caridad. Es imposible sintetizar la gama de temas y realidades en los cuales las palabras del Papa número 266 incidió, insistió y sentó cátedra en el trono de San Pedro. Por eso seleccionamos siete palabras claves de sus mensajes, como una respetuosa y sentida síntesis de su legado.
ESPERANZA. En más de una ocasión, Francisco enfatizó la diferencia entre el optimismo y la esperanza. El primero corre mucho riesgo de defraudar, mientras la segunda siempre alienta incluso en los momentos difíciles. Su autobiografía se tituló con esa palabra, y en cada audiencia general, en cada ángelus, en cada discurso de sus visitas internacionales nunca faltó la exhortación de cultivar esta virtud teologal.
PERIFERIAS. Por su estado de salud, Francisco no celebró la misa de Jueves Santo que siempre incluía el lavatorio de pies en reclusorios de hombres y mujeres, orfanatos, correccionales, refugios de indigentes. En 12 años de pontificado, abogar por la atención de los excluidos, de los huérfanos, de los ancianos y de los sectores más vulnerables fue su llamado. Visitó países con minoritarias comunidades católicas y cristianas, como signo de que la mostaza es la más pequeña de todas las semillas, pero cuando germina se convierte en un arbusto grande en donde anida el amor.
JÓVENES. Juan Pablo II y Benedicto XVI siempre valoraron el papel de la juventud en la Iglesia y la sociedad, pero sin duda alguna fue Francisco quien más logró conectar con las nuevas generaciones, mediante su tono cordial, estilo fresco y sentido del humor.
ANCIANOS. Complementariamente, Francisco siempre llamó a valorar la sabiduría, experiencia y la fe de los adultos mayores. Condenó la “cultura del descarte” que —afirmó— se había extendido de los mercados a los pueblos y las familias, sobre todo, en países industrializados. Sin duda alguna, su contexto familiar, el amor de sus padres y hermanos se convirtió en confesión y convicción.
MISERICORDIA. No hay fe posible sin amor al prójimo. Francisco siempre cuestionó la contradicción de sociedades ricas en dinero pero pobres en caridad. Pero no solo era cuestión de dinero, sino también de conversión y nueva oportunidad: el llamado al cambio personal está siempre abierto como en la parábola del hijo pródigo.
CASA. En su encíclica Laudato si’, Francisco desarrolló una duradera apología en favor del planeta: la casa común, lo llamó. Pero iba más allá del ambientalismo: su razonamiento se entrelaza con la más profunda espiritualidad, la manifestación viva de Dios en la belleza del entorno natural y en la valoración de la vida en todas sus manifestaciones, de la cual la persona humana es su más alta expresión.
GRACIAS. Francisco siempre recomendó como norma elemental de urbanidad el saber pedir por favor y decir gracias. Y por eso es justo decir que toda la grey católica agradece a Dios haber tenido un pastor con olor a oveja, como él mismo decía que debía ser el sacerdote. Ahora solo resta rogar por el alma de Jorge Mario Bergoglio y por un nuevo pontífice, según el corazón de Dios.