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El estado de la Iglesia
La Iglesia es humana y divina.
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Todos los ojos están puestos en la Iglesia Católica tras el fallecimiento del papa Francisco. El protocolo solemne para despedir al pontífice es atractivo. Nos entretuvo ver cómo se comportaron y vistieron los dignatarios que asistieron al entierro. Son únicas las reglas de elección en los cónclaves. Observadores elaboran listas de los papables con base en el protagonismo de los cardenales, su edad, y las posibles preferencias de la mayoría de los electores. Resurgen profecías y conspiraciones, según las cuales el papa Francisco fue el último pontífice y la Iglesia perecerá o la Tierra explotará. Netflix promueve películas controversiales sobre temas relacionados al momento histórico que vivimos, como Cónclave o Los dos papas. Los periodistas aprovechan para revolver los escándalos sobre las finanzas del Vaticano, los abusos sexuales cometidos por algunos sacerdotes, y más.
Tiempo para la prudencia
Los fieles católicos debemos mantener la calma ante el huracán noticioso y los estereotipos inexactos del catolicismo. Para nosotros, es un tiempo para la prudencia, la humildad y la magnanimidad. Hemos de confiar en el proceso y acompañar al Espíritu Santo y a la jerarquía con nuestra oración sincera.
Por supuesto que existen motivos para preocuparse por el estado de la Iglesia. Algunos escándalos y debates teológicos tienen consecuencias reales. Muchos hermanos nuestros son perseguidos tan cruentamente como los primeros cristianos. Mientras la Iglesia crece en África y Asia, decrece en Europa, Canadá y otros países, donde paralelamente aumenta el número de personas ateas. El invierno demográfico y la mentalidad antinatalista hacen mella. Hay mucho que proteger, aclarar y difundir entre creyentes y no creyentes.
Dos reflexiones nos pueden ayudar cuando nos absorben pensamientos sombríos sobre el futuro del catolicismo. Primero, lo que une a los cristianos es la figura de Jesucristo, no una ideología o filosofía política o económica. Dentro de la Iglesia coexisten los liberales, conservadores y socialistas. Los asuntos terrenales son materia de discusión prudencial: son opinables. Podemos debatirlos con humildad, honestidad intelectual y buscando la verdad, sabiendo que ninguno posee la verdad de forma completa. Sin importar qué tan intensas sean nuestras discrepancias, juntos caemos de rodillas ante el sagrario y adoramos con amor filial a la Santísima Trinidad. Acudimos a los sacramentos y nos hermanamos en nuestro intento por imitar el ejemplo de Cristo cada día.
Segundo, la Iglesia es tan sobrenatural como humana. Desde el principio los humanos cometieron pecados bárbaros y crearon situaciones tanto o más tensas como las que vivimos en la actualidad. Pero Dios se sirve de personas falibles para llevar a cabo Sus propósitos. Así lo percibieron grandes conversos como el ensayista inglés J. K. Chesterton. Él entendió la Iglesia como Verdad: el depósito de la fe duradera que resiste los embates de la modernidad. Entendió que al volverse católico podía pedir perdón por sus pecados y ser perdonado, y así procurar el crecimiento espiritual. En el catolicismo encontró el sentido de la vida y una guía práctica para lidiar con la complejidad del mundo.
Como escribió San Josemaría Escrivá: “Hace falta que meditemos con frecuencia… que la Iglesia es un misterio grande, profundo. No puede ser nunca abarcado en esta tierra. Si la razón intentara explicarlo por sí sola, vería únicamente la reunión de gentes que cumplen ciertos preceptos, que piensan de forma parecida. Pero eso no sería la Santa Iglesia”. La Iglesia divina trasciende la historia.