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Pensar libremente: necesidad urgente
En pleno siglo XXI luego de haber sido docente universitario hasta hace cinco años, no deja de asombrarme la situación actual de la educación nacional. La educación primaria en sus coberturas ha llegado a un 85%, con un nivel satisfactorio en matemáticas y lenguaje de solo 35%. En el nivel secundario, a un 45% de […]
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En pleno siglo XXI luego de haber sido docente universitario hasta hace cinco años, no deja de asombrarme la situación actual de la educación nacional. La educación primaria en sus coberturas ha llegado a un 85%, con un nivel satisfactorio en matemáticas y lenguaje de solo 35%. En el nivel secundario, a un 45% de escolarización con una deserción del 15%. La educación superior no toca mejor las rancheras: Tasa bruta de matrícula universitaria aproximadamente de 18-20% (uno de los más bajos de Latinoamérica). Más del 70% de los estudiantes universitarios que vienen de áreas urbanas, pero independiente del lugar que provenga, el que proveniente de familias de escasos recursos, enfrenta barreras económicas para ingresar y permanecer en la universidad (alrededor del 50% de los estudiantes no concluyen sus estudios universitarios).
Claro que si vemos históricamente la evolución de las estadísticas anteriores hemos mejorado; pero no podemos decir ¡vamos bien! Y en ello se notan al menos dos situaciones inquietantes: Inequidad: Las poblaciones indígenas y rurales tienen menor acceso. Calidad en la educación: existe una falta de docentes calificados: (las estadísticas señalan en el nivel primario que más o menos el 40% de maestros en áreas rurales no tienen formación adecuada).
Si usted quiere sacar conclusión de lo que he planteado, usted podría decirme que: Nuestro sistema educativo enfrenta retos profundos que requieren reformas estructurales, mayor financiamiento y una visión más inclusiva y actualizada. Cosa que ni los líderes y mucho menos los sindicatos atienden en forma debida y la ciudadanía nada exige al respecto.
Pero lo más tremendo en la deficiencia de nuestra educación la sitúo en un hecho: en ninguno de los niveles se enseña al estudiante a pensar libremente, que al final de todo, es lo que ayuda al progreso de los pueblos. Los grandes en el campo de la educación del siglo XX como John Dewey, Pablo Freire, Jean Piaget, María Montessori, señalaron que solo el pensamiento libre nos permite crear mejores esquemas y aspirar a cosas mejores. Dos colegas profesores tanto universitarios como de nivel secundario con los que acabo de tener oportunidad de hablar de la problemática educativa en este aspecto me fueron claros: Es difícil enseñar tratando de no imponer un pensamiento, sino estimulando el pensamiento ajeno, libremente. El estudiante se siente inseguro cuando uno no le dice lo que debe creer y cómo; entonces inmediatamente lo califica a uno de mal docente. Su sentimiento de inseguridad a entender, reflexionar, interpretar y decidir, lo volca sobre el maestro y ven la educación como sinónimo de dirección, no de aprendizaje y reflexión. Son receptores pasivos.
Es verdad que en lo que va del siglo, los institutos vocacionales y las universidades ya sean públicas o privadas han producido –tengo mis dudas respecto a formar– millares y quizá un par de millones de personas, y entonces me surge la pregunta Pero ¿qué han hecho esos formados? ¿Por qué eso no se refleja en una sociedad más justa, equitativa, democrática? SI me atengo a las estadísticas de las situaciones actuales en que vive y se mueve la sociedad y el Estado; lo que saco en claro de ello es que: en general, una buena masa de técnicos y profesionales, se mueven en búsqueda de un beneficio propio y eso no es malo, lo malo es que lo hacen alejados de valores que apuntan a la constitución de una sociedad justa y equitativa. Creo que son cientos de cientos los técnicos y profesionales que, o bien son empleados, o han creado instituciones, oficinas, grupos, asociaciones, círculos, olvidándose conscientemente de los más altos ideales de la educación en su trabajo. Se han dedicado a estafar, engañar, incumplir, conquistar, perseguir indebidamente, a fin de adquirir prestigio gloria y poder para ellos y sus seguidores, siempre en nombre del “Título” y arrojando a la basura, los fundamentos de ética que el mismo impone.
Bien vale concluir esta reflexión, con las palabras que el Padre Moro nos dijo al concluir el bachillerato hace sesenta años: Dedíquense a enseñar con el ejemplo, de manera que su vida ejemplar sirva de modelo a los demás. De esa forma, su influencia será permanente y estable en los grupos dentro de los que se muevan. En realidad ¿cuántos maestros y profesionales pueden jactarse de ello? Creo que, si fueran los suficientes, este mundo caminaría mejor.