El Black Friday chapín

El Black Friday chapín

En la década de 1960, los policías de Filadelfia llamaron “viernes negro” al caos vial y peatonal que invadía la ciudad tras el feriado del Día de Gracias.

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Resumen Automático

28/11/2025 00:03
Fuente: Prensa Libre 

En Guatemala, el Black Friday dejó de ser una curiosidad importada para convertirse en un termómetro social. Cada último viernes de noviembre —justo después del Día de Acción de Gracias en Estados Unidos— el país entero amanece con ofertas, colas infinitas, tráfico inmanejable y una ansiedad colectiva por atrapar “el descuento del año”. Pero más allá de lo superficial, este día dice mucho más de nosotros de lo que estamos dispuestos a admitir.

El acceso a lo esencial no debería depender de una fecha importada.

El origen de esta fecha, ligado a la gratitud y la reunión familiar en Estados Unidos, contrasta con lo que vivimos aquí, un frenesí que mezcla necesidad real, aspiraciones de clase media y un sistema económico que rara vez ofrece alivios. Mientras en el norte, millones agradecen por lo que ya tienen, en Guatemala muchos salen a buscar lo que aún les falta. Y esa diferencia cultural no es casual; es la radiografía de nuestras prioridades como sociedad.

Black Friday expone nuestras desigualdades a plena luz del día. En los centros comerciales, los autos de lujo se estacionan junto a familias que hicieron una colecta para comprar su primera tele; jóvenes que pagan a plazos un teléfono que usarán para trabajar; madres solteras que esperan ese único día del año para comprar algo para sus hijos a un precio razonable. No es solo consumismo, es supervivencia, es aspiración, es un intento legítimo de dignidad.

Pero también es un recordatorio incómodo. ¿Por qué necesitamos esperar a esta fecha para acceder a ciertos productos? ¿Por qué un país con tanta creatividad, talento y tanta mano de obra termina dependiendo de remates importados para sentir que progresa? Black Friday es el espejo perfecto de una economía que castiga el esfuerzo, encarece lo básico y solo ofrece alivio cuando se alinean las promociones.

Y, sin embargo, este día también tiene una belleza inesperada. En un país golpeado por malas noticias, corrupción, precariedad laboral y un futuro incierto, Black Friday se convierte en un pequeño acto de esperanza. Gente que trabaja jornadas interminables se permite un gustito; familias que han pasado meses ajustándose el cinturón encuentran una oportunidad para celebrar algo sencillo; sentir por un momento que pueden alcanzar lo que el mercado normalmente les niega.

Quizá por eso el Black Friday guatemalteco se parece tan poco al de Estados Unidos. Aquí no existe el día de Acción de Gracias, pero existe algo parecido, la gratitud silenciosa del que, pese a todo, sigue de pie. La gratitud del que sabe que no tiene mucho, pero lucha por lo que quiere.

Este día debería inspirarnos a más. A preguntarnos cómo construir un país donde la oportunidad no dependa de la fecha en el calendario, sino del trabajo bien hecho. Donde los precios sean justos siempre, no solo cuando llegan los afiches negros. Donde la prosperidad no sea un evento anual, sino un proyecto compartido.

Pero también nos obliga a preguntarnos cosas incómodas. ¿Por qué una familia debe esperar un viernes específico para poder comprar una refri o una computadora? ¿Por qué lo básico es tan costoso y lo necesario tan inalcanzable? Black Friday funciona como un alivio temporal que, en el fondo, evidencia un desequilibrio estructural. Nos emociona, sí, pero también nos recuerda que el acceso a lo esencial no debería depender de una fecha importada.

Y mientras ese futuro llega, hoy miles de guatemaltecos saldrán a buscar ofertas con la misma mezcla de ilusión, cansancio y esperanza. Porque en el fondo, el Black Friday aquí no es una locura importada, sino es la metáfora perfecta de un país que, incluso en tiempos difíciles, sigue intentando abrirse camino.