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Insospechada arquitectura en el altiplano
Una faceta de esa arquitectura en la que predominan los elementos estructurales y materiales expuestos, sin otro acabado más que su propia naturaleza, fue denominada “brutalista”.
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En torno al arte y el siglo en que se considere, el término moderno tiene muchas acepciones. La arquitectura no escapa a esa ambigüedad; aunque para fines de lo que deseo transmitir, parto de la corriente revolucionaria de la Escuela Bauhaus (Walter Gropius 1919) y el desarrollo del Movimiento Moderno y sus tendencias: racionalista y orgánica, surgidos de los congresos internacionales de arquitectura moderna (CIAM), entre 1928 y 1959 creados por Le Corbusier, Mies van der Rohe, Alvar Aalto y W. Gropius. Tendencias caracterizadas por la simplificación de las formas, ausencia de ornamentos y renuncia a la composición académica clásica, sustituidas por una estética afín a las pautas del cubismo, expresionismo, neoplasticismo, futurismo, etcétera, del arte moderno. Nociones con las que se formaron en México, EE. UU., España y Francia, los primeros arquitectos que regresaron a Guatemala y crearon en 1958, la primera Facultad de Arquitectura en Centroamérica. El movimiento se caracterizó por usar materiales como el acero y el hormigón armado. En este último, destacó el concreto expuesto como acabado final.
Pertenezco a la tercera promoción de esa Facultad, formada con textos como Espacio, tiempo y arquitectura de Sigfrido Giedion y Saber ver la arquitectura de Bruno Zevi, mientras vimos surgir bulevares y calzadas; el nodo vial El Trébol y el Centro Cívico en el que, como resultado de aquellos congresos internacionales de arquitectura moderna se impulsó la integración del arte al urbanismo y arquitectura. Los murales, integrados a plazas y edificios, tanto en mosaico como en concreto fundido in situ, siguen siendo obras admirables, en las que el concreto se explotó y dignificó como material constructivo de alta calidad, cualidad plástica y honestidad de expresión.
Una faceta de esa arquitectura en la que predominan los elementos estructurales y materiales expuestos, sin otro acabado más que su propia naturaleza, fue denominada “brutalista”. Construcción de carácter minimalista y monocromática que puede ser de concreto, ladrillo de barro cocido, piedra, acero, madera o vidrio.
Arquitectura brutalista, por la manera de usar el concreto, el acero y el vidrio, junto a la piedra caliza y la madera de ciprés.
Tal el caso que conocí pocos días atrás en el altiplano guatemalteco, en Tecpán, para ser preciso; territorio rico en bosques de coníferas, abundantes fuentes de agua e histórica presencia de una de las más grandes civilizaciones existentes: la kaqchikel y su icónica ciudad Iximché en donde, en 1524, fue fundada Santiago de Guatemala, hoy La Antigua Guatemala (situada en su tercer asentamiento en el valle Panchoy).
Fueron dos diferentes amigos quienes me hablaron de la existencia de un escultor, cuya obra debía conocer, lo mismo que su insospechada arquitectura. Se trata de Víctor Hugo Sánchez Jarquín. Sugestivo personaje que estudió arquitectura una década después de mi promoción. Versado constructor que hace excepcional arquitectura y potente escultura; pinta, es poeta y escritor, y dirige el imperdible restaurante Katok, cuyos robustos espacios en madera rústica marcaron en los años 80 del siglo pasado, el inicio de lo que me atrevo a calificar como arquitectura brutalista, por la manera de usar el concreto, el acero y el vidrio, junto a la piedra caliza y la madera de ciprés, propios del lugar. Obra notoria que por contraste se integró al entorno y forma parte del paisaje local, al tiempo que generó una tipología arquitectónica propia y característica de la región.
La calidad del trabajo de Víctor Hugo, en el amplio espectro de ámbitos en que actúa y se desempeña, lo hace un hombre renacentista de trato afable y mesurado, contrastante con lo potente de su expresión artística.