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Inclusión financiera abre vías de productividad
Muchas mujeres y asociaciones de vecinos se han visto favorecidos por la inclusión financiera, por la posibilidad de negociar y vender sus productos a distancia.
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En el 2011, solo un 22% de la población guatemalteca adulta tenía una cuenta bancaria, ya fuera de ahorros o manejo monetario. Hace una década, el porcentaje era de 43% y ahora, según datos del Banco de Guatemala (Banguat) y de la Estrategia de Inclusión Financiera, el 65% de guatemaltecos está en conexión con servicios de bancos y financieras, una relación que se ha hecho más integral y funcional gracias al aumento de miniagencias de barrio o aldea, instalación de cajeros automáticos y la expansión de servicios de banca electrónica manejables desde computadora, tablet o celular. Sin duda, la pandemia y sus obligadas limitaciones de movilidad aceleraron el proceso de vínculo con este tipo de servicios y el aprendizaje de interacción digital, y también redujo las reticencias respecto de la seguridad de datos.
El promedio global, según el índice de inclusión financiera del Banco Mundial, es del 80% de cobertura, pero expertos locales han trazado una meta de hasta el 90% de guatemaltecos vinculados con gestiones de este tipo, de forma presencial o virtual, dentro de una década, si no es que ocurre antes. Existen factores como el flujo de remesas, que ha incidido en la necesidad de contar con mecanismos seguros, versátiles y ágiles para el manejo de recursos económicos.
La inclusión financiera abre puertas a nuevas oportunidades de productividad y crecimiento, ya sea a partir de emprendimientos locales, de la generación de mecanismos de compra-venta de productos locales y de la posibilidad de llevar un récord crediticio trazable que permita aceptar pagos acreditados de cuenta a cuenta, gestionar préstamos, efectuar amortizaciones o pagar tributos sin necesidad de desplazarse físicamente. En otras palabras, se abren nuevos horizontes de expansión a las economías comunitarias.
La inclusión financiera no constituye, de manera alguna, ningún tipo de elitismo o privilegio: se trata de una herramienta imprescindible para cada guatemalteco económicamente activo e integrado. Hoy día no se concibe un turista, de cualquier país del mundo, que no pueda reservar por anticipado un hotel en un punto geográfico de Guatemala, contratar servicios de transporte y guía, o pagar, a través de métodos electrónicos, cualquier consumo en restaurantes, bazares de artesanías y actividades complementarias. La persona, comunidad o empresa que aún no busca la inclusión financiera está literalmente aislada y privada de todo crecimiento.
Entre los datos brindados por el Banguat, es llamativo cómo se triplicaron los puntos locales de acceso financiero: cajas rurales, agencias localizadas en tiendas, comercios o casetas, así como cajeros automáticos. Las transferencias electrónicas de dinero prácticamente se han duplicado en el último lustro, lo cual exhibe una creciente confianza de las empresas para invertir en expansión hiperlocal, pero también el desarrollo de habilidades y capacidades personales para el manejo en línea de aplicaciones.
Muchas mujeres y asociaciones de vecinos se han visto favorecidos por la inclusión financiera, por la posibilidad de negociar y vender sus productos a distancia, sin necesidad de arriesgarse a recibir pagos en efectivo o transportarlos de manera física. Esta evolución en la cultura financiera y monetaria le pone presión a grupos de corrupción y mafias de trasiego, puesto que sus alijos de billetes son cada vez más sintomáticos e indicativos de un origen dudoso; a la vez que la bancarización conlleva un rastreo. Por ello, es vital la función de entes como la Intendencia de Verificación Especial para golpear a tales gavillas delictivas en donde más les duele.