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Manifiesto: el deber de servir
El poder que no nace del servicio se pudre en su raíz.
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En tiempos donde el cinismo ha secuestrado la política, necesitamos recordar algo esencial: ser servidor público no es una posición de poder, es una postura de humildad. El servicio no es una silla de lujo, es una vocación. No es un salario, es un compromiso moral. No es un derecho, es un deber. Un servidor público no se esconde tras el protocolo, no promete lo que no va a cumplir y, sobre todo, no se sirve del pueblo: se entrega de lleno a servirle.
Así lo aprendí de niño, observando a mi padre, Marcos Andrés. Fue vicealcalde en Santa Eulalia, Huehuetenango, durante los años más difíciles de la guerra civil. En tiempos cuando el poder imponía miedo, él eligió el respeto. Mientras otros abusaban del cargo, matando a más de 200 mil personas inocentes y desplazando a más de un millón de guatemaltecos, mi padre daba una instrucción clara: “En nuestra comunidad no se maltrata a nadie”.
Mi padre enseñaba con el ejemplo. Como caporal en fincas de café, era guía e intérprete de trabajadores q’anjob’ales que no hablaban español. Lo hacía para que no fueran explotados y recibieran el salario completo. Caminaba a pie, trabajaba con los obreros, rompía piedras con ellos si era necesario. Un liderazgo silencioso, firme, justo. Me enseñó que el respeto no se impone: se gana.
Ese ejemplo no es una excepción. En muchas comunidades hay líderes anónimos que limpian calles, organizan reuniones, cuidan escuelas y median en conflictos. Sin salario ni aplauso, sostienen el tejido social con esfuerzo y dignidad.
Ser servidor público no es una posición de poder, es una postura de humildad.
Ser servidor público es estar presente cuando más se necesita. Es responder con humanidad, actuar con transparencia, rendir cuentas sin excusas. Es escuchar más de lo que se habla. Es hablar en nombre de quienes no pueden. Es tomar decisiones difíciles pensando en los más vulnerables. Es tener claro que el poder no te pertenece: te lo han prestado para que resuelvas, no para que te acomodes.
Guatemala está llena de personas capaces de servir con honestidad, con entrega, con visión de futuro. A ellas hay que abrirles el paso, no cerrárselo. Hay que escucharlos, no ignorarlos. Porque mientras no transformemos el servicio público en algo profundamente humano, seguiremos repitiendo los mismos errores.
También debemos tener claro lo que no es servir. No es llegar a enriquecerse ni colocar a familiares en puestos. No es usar el cargo para dividir ni callar ante el abuso. Y mucho menos es ver la política como una inversión personal. Quien dice “invertí en mi campaña”, está diciendo que debe recuperar algo. Y ese “algo” suele salir del dinero del pueblo, favores corruptos y obras con costos inflados. Cuando el poder se convierte en adicción, se pierde hasta la vergüenza. Lo hemos visto muchas veces. A quienes caen en esas conductas, este manifiesto también les habla: si no vienes a servir, no vengas, hazte a un lado. Esa ambición solo te consume al punto de negar espacio a quien sí está dispuesto a construir.
A dos años de las elecciones, ya se multiplican los partidos y los rostros que buscan enamorar al votante. Por eso, desde ahora, hay una pregunta que debe guiar tanto a quienes aspiran como a quienes eligen: ¿Estás dispuesto a servir? El servicio no se improvisa. Se demuestra en la historia de vida: en cómo trató a los demás cuando nadie lo miraba. Estar en el poder es dejar huella positiva. Lo que se hace —y lo que se omite— queda grabado en la memoria del país. Es un legado que tus hijos, tus nietos y las generaciones que vienen tendrán que cargar.
Guatemala no necesita jefes. Necesita servidores. El cargo te lo dan. La autoridad se gana sirviendo con coherencia, honradez y resultados.