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Tres sentimientos, una misma raíz: el amor a una madre
Reflexiones con el corazón en el Día de las Madres
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El pasado sábado celebramos en Guatemala el Día de las Madres, una fecha profundamente significativa que quiero aprovechar para reflexionar sobre las emociones encontradas que surgen en torno a este día tan especial. Afortunadamente, predomina el espíritu de celebración. La mayoría de los hijos busca agradar a sus madres con detalles, regalos, invitaciones a comer o reuniones familiares. En iglesias, escuelas e instituciones se les honra con amor y gratitud. Y es que las madres son seres extraordinarios, capaces de llevar en su vientre a un hijo por nueve meses y continuar velando por él durante toda su vida. Quiero compartir tres sentimientos que me embargaron ese día.
El Día de las Madres despierta emociones profundas: amor, gratitud y, en ocasiones, tristeza.
El primero: un amor profundo y eterno por mi madre, a quien ya no puedo abrazar, pero sí recordar con un cariño que desborda mi corazón. Fue una mujer trabajadora, firme, llena de principios y valores. Creció en un ambiente adverso: su madre se separó de su primer esposo y, tras enviudar del segundo, este la expulsó del hogar por defender a una hijastra que el hombre quería tomar como esposa. En medio de la confusión, mi madre decidió marcharse de su pueblo natal, El Chol, Baja Verapaz. Fue en ese momento difícil que el padre de mi papá, junto con él, llegaron al hotel donde se hospedaba para pedirle matrimonio. Más adelante, ya con hijos, luchó por nuestra educación. Recuerdo cuando se gestaba el Instituto de Educación Básica por Cooperativa: faltaban dos alumnos para completarlo. Cuando el encargado del proceso se retiraba, ella lo detuvo y dijo: “Estamos completos, inscríbame a mí y a mi esposo”. Ni siquiera le preguntó a mi papá, pero su iniciativa inspiró a otros padres a hacer lo mismo. Así nació una promoción donde incluso los padres fueron alumnos. Mi madre se graduó como maestra, y como educadora dejó huella, compartiendo sabiduría y madurez con sus alumnos. Su legado permanece vivo en mí. “Bendita educación”.
El segundo sentimiento fue uno de profunda gratitud hacia mi esposa. Ella ha sido el corazón de nuestro hogar, criando con amor a nuestros dos hijos, y siempre buscando nuestro bienestar. A diferencia de mí, que tuve la oportunidad directa de estudiar, ella tuvo que abrirse paso sola, trabajando, ahorrando y luchando por su formación. Hoy, después de una carrera en administración y dos maestrías, se desempeña además con alegría como optometrista —estudios que realizó en plena pandemia, y que complementan sus conocimientos—, brindando atención a quienes más lo necesitan, especialmente a nuestros paisanos. Su vocación la realiza, y aún en medio de toda esta actividad continua con servicios de contabilidades, actividad que le permitió estar al lado de nuestros hijos en casa. Ella me enseñó a amar a Dios de una manera distinta y más cercana de la que yo estaba acostumbrado.
Pero no todo fue alegría. También sentí tristeza al recibir el mensaje de una amiga, una madre dolida porque ninguno de sus hijos la visitó ni la llamó ese día. Todos profesionales, todos formados por ella, pero ahora distantes, fríos, ausentes. “No puedo suplicar que vengan”, me dijo con la voz entrecortada. “Cumplí como madre, les di las herramientas para salir adelante. No sé en qué fallé”. Y aunque desconozco los detalles de su historia, lo cierto es que no es un caso aislado. Hay muchas madres que vivieron ese Día de la Madre en silencio, en soledad, con el corazón esperanzado y al mismo tiempo herido. Por eso, hoy quiero hacer un llamado sincero, con el alma: ¡Hijos, no olviden a sus madres! El mandamiento con promesa sigue vigente: “Honra a tu padre y a tu madre, para que tus días se alarguen en la tierra” (Éxodo 20:12). Más allá de los malentendidos, de las heridas o del tiempo, no dejemos de cumplirlo. Aun una simple llamada puede ser un bálsamo para el alma de una madre. ¡Felicidades a todas las madres! A las que mencioné y a todas las que, día a día, luchan por hacer de este mundo un lugar mejor. Su amor es luz, es guía, es esperanza viva.