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A esperar fumata blanca
Circulan vaticinios, nóminas de “favoritos” y apocalípticas hipótesis sobre la línea que asumirían algunos cardenales que supuestamente tienen posibilidades.
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Impresionantes y atronadores fueron los silencios registrados minutos antes e inmediatamente después de la misa exequial del papa Francisco, a la cual acudieron líderes políticos y religiosos de todos los continentes, así como millares de fieles católicos en la plaza del Vaticano y a lo largo de los seis kilómetros entre la Basílica de San Pedro y la de Santa María la Mayor, en donde quedaron depositados los restos del pontífice argentino, que fue pastor de la Iglesia durante 12 años. Sus acciones, discursos, llamados a favor de los más desfavorecidos, encíclicas y muchas sonrisas le sobreviven.
El sepelio papal dejó imágenes memorables, como el inédito paso de la caravana fúnebre por un túnel, como si se tratara de un símil del fin de la vida terrena y a la vez del interregno durante el proceso de elección de un nuevo pontífice. Fueron conmovedores la multitudinaria valla apostada al paso del féretro, los aplausos de despedida e incluso el enigmático sobrevuelo de palomas en la columnata vacía, que recordó aquel 27 de marzo de 2020, cuando Francisco oró en soledad y dio la bendición urbi et orbi en esa misma plaza, sin fieles a causa de los encierros de la pandemia.
Ahora bien, aparte de la confluencia de mandatarios, la imagen más impactante y que más expectativa genera para la dinámica geopolítica es el encuentro entre Donald Trump, presidente de EE. UU., con su homólogo de Ucrania, Volodímir Zelensky. Poco antes de la misa exequial conversaron sentados frente a frente, en un par de sillas, en un área de la Basílica. Su anterior encuentro, el 28 de febrero, en la Casa Blanca, fue encontronazo.
Cincuenta y siete días después, las perspectivas cambian, dadas las intransigencias manifiestas del presidente ruso, Vladímir Putin, quien no parece interesado en finalizar la guerra que inició, pese a que cada día de prolongación aumenta el fracaso de su “operación especial”. El finado Francisco deploró en repetidas ocasiones la invasión y cualquier otra guerra. Los efectos del insospechado encuentro de mandatarios, con un diálogo privado —como debió ser estratégicamente desde el principio— y en tan emblemática ocasión serán notorios.
“Adiós, padre, madre y poeta”, rezaba una pancarta del movimiento Scholas, apadrinado por Francisco, que impulsa la mejora educativa de la juventud. Otras decían “gracias” y algunas más solo enarbolaban por última vez el rostro sonriente del Papa que, en su primer discurso, recién electo, aquel 13 de marzo de 2013, dijo exultante: “El deber del cónclave era dar un obispo a Roma y parece que mis hermanos cardenales han ido a buscarlo casi al fin del mundo”.
Ahora viene el proceso de elegir un nuevo pontífice: esa es la misión de 135 cardenales que se reunirán en el cónclave. Circulan vaticinios, nóminas de “favoritos” y apocalípticas hipótesis sobre la línea que asumirían algunos religiosos que supuestamente tienen posibilidades. La reciente película Cónclave proveyó un acercamiento a la dinámica de este proceso. Lastimosamente, tiene un final burdo e irreverente. En todo caso, para los mil 400 millones de católicos de todo el orbe, es el Espíritu Santo quien guía las conciencias y corazones en cada escrutinio. Sea breve o prolongado, este nuevo cónclave finalizará con la santa alegría de ver salir otra fumata blanca por la chimenea de la Capilla Sixtina.