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Parlacén solo produce pérdidas y vergüenzas
Es llamativo el silencio de figurones políticos, supuestos adalides de la soberanía, acerca de la imposición de mantener a Guatemala en esta innecesaria yuxtaposición de apariencias.
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Después de 34 años de consumir en vano recursos públicos, de fomentar impunidades, mantener privilegios y no producir absolutamente ninguna resolución significativa ni vinculante, a causa de su misma naturaleza anodina, el denominado Parlamento Centroamericano (Parlacén) se erige como el más grande fiasco de la política regional. Aunque su integración involucra a diputados de siete países, su “representación” es solo teatral, debido a una falla constitutiva de origen. En 1991, quizá pudo parecer posible subsanar su vacío ontológico, pero tres décadas después solo es posible hacerlo con su desaparición o la salida de sus miembros.
A causa de cláusulas ridículas que prohíben la salida de sus integrantes, el esperpento continúa existiendo, simulando resoluciones que no significan nada para nadie, algo así como un espectro de ultratumba. La hipocresía politiquera le insufla vida artificial, ya que las organizaciones políticas siempre postulan aspirantes, sobre todo allegados a sus cúpulas. Esto incluye al actual partido oficial, que se la llevaba de impoluto cuando existía, pero igual presentó planilla al Parlacén, tan expresamente repudiado por la ciudadanía.
Cada expresidente y exvicepresidente saliente tiene un tiempo extra de salario sin hacer nada, con todo y conveniente inmunidad. Hasta los que prometieron bajar a Guatemala de este inútil elefante blanco terminan montados en él: quizá por eso lo ofrecieron, para ganar publicidad, aparentar indignación y luego quedarse a seguir medrando con los recursos de los contribuyentes. No termina de quedar clara la verdadera razón por la cual el Congreso del hermano país El Salvador, dominado por el oficialismo, decidió declarar su salida del Parlacén mediante una de varias reformas constitucionales.
¿Era un intento, como se dice en caló chapín, “de taparle el ojo al macho”? Dicho eso respecto de otros cambios efectuados por tal Legislativo para permitir la reelección presidencial indefinida, con evidente dedicatoria al actual mandatario, Nayib Bukele. Pero ese asunto merece análisis aparte de implicaciones, antecedentes y veleidades humanas. Claramente se puede ver que se tira la salida de El Salvador del fútil Parlacén como una carnada para atenuar la crítica o para confundir prioridades. Tal propósito está pendiente de ratificarse y allí radica la duda.
Existe un precedente fallido. En el 2014, el presidente panameño Ricardo Martinelli intentó sacar a su país de tan anodino foro y se topó con requerimientos ciclópeos. Quizá solo fue una finta, porque, en el 2015, él mismo buscó refugio tras ser acusado de corrupción. Posteriormente fueron juramentados dos hijos de Martinelli, señalados de lavado en el caso Odebrecht, quienes fueron extraditados a EE. UU., donde fueron sentenciados a prisión. Pero las contradicciones siguen…
En agosto del 2023 fue admitida en el Parlacén la participación de China, un régimen despótico, unipartidario, autoritarista y antidemocrático, como “observador”. En septiembre del 2024 ocurrió algo similar con la inclusión, en similar categoría, de Rusia, a iniciativa de la bancada de Nicaragua, país dominado por una satrapía bicéfala. Lo peor es que a favor de tal despropósito se contó con el voto de diputados guatemaltecos, una prueba más del extravío ético, político e institucional. Es llamativo el silencio de figurones políticos, supuestos adalides de la soberanía, acerca de la imposición de mantener a Guatemala en esta innecesaria yuxtaposición de apariencias. Basta con el Sistema de Integración Centroamericana (Sica), que ha demostrado más funcionalidad y resultados.