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Si el norte fuera el sur
Históricamente, hasta los más grandes intentos de ocultación de errores, fracasos y extralimitaciones han desencadenado escándalos que sacuden al poder en turno.
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En septiembre último, el Departamento de Defensa de EE. UU. pasó a llamarse Departamento de Guerra. Y la gestión del actual secretario, Pete Hegseth, incluye una declaratoria de guerra contra la libertad de prensa, el derecho ciudadano a la información pública y el escrutinio público de acciones estatales. El 15 de octubre ocurrió algo inédito en los anales de la historia de esta gran nación, cuna de la democracia occidental: decenas de experimentados periodistas que cubrían la fuente del Pentágono, incluyendo cadenas de noticias como ABC, CBS, NBC, CNN y hasta la usual aliada de Donald Trump, Fox News, abandonaron dichas instalaciones en rechazo a la exigencia de firmar una declaración mordaza impuesta por Hegseth.
Dicha limitante, que más podría asociarse con la dictadura chavista de Venezuela o la satrapía bicéfala de Nicaragua, pretendía obligar a los periodistas a divulgar solo aquellos comunicados avalados por el secretario, a no cuestionar los enunciados ni buscar versiones ni opiniones de otros funcionarios en dicha instalación, y de hacerlo, debían pasar también por el filtro orwelliano; es decir, hegsethiano. Si no aceptaban la condición, no tendrían acceso al famoso edificio estatal.
Las excusas para tal desvarío son obtusas, pero dejan entrever más temores que fortalezas, sobre todo porque contradice la primera enmienda de la Constitución de Estados Unidos (de 1791), la cual claramente señala que no se podrá hacer “ninguna ley… limitando la libertad de expresión, ni de prensa”. Así también es vergonzoso el silencio de legisladores republicanos, tradicionalmente defensores de las garantías ciudadanas, ante este atropello al derecho de la población a saber lo que ocurre con los asuntos públicos pagados con sus impuestos.
También suspendieron la cobertura del Pentágono entidades como la agencia Associated Press, The New York Times, Washington Post, Reuters, NPR y The Atlantic. Incluso cadenas abiertamente conservadoras y proclives a Trump, como NewsMax, repudiaron la mordaza del señor Hegseth, quien, paradójicamente, fue presentador de noticias. Bien dice el dicho que “no hay peor cuña que la del mismo palo”. Pero ¿es esto un abandono de la labor de los medios mencionados? Todas las organizaciones de noticias que repudiaron la medida declararon que seguirán cubriendo las acciones y decisiones del Ejército de EE. UU., incluso si no se les da acceso al área del Pentágono. La calle es libre y nunca faltará una voz que grite lo que otros intentan acallar.
No es la primera intentona de imponer un embudo servil. Ciertos medios afines al oficialismo admitieron las anteojeras sin darse cuenta de que, a la larga, también atentan contra ellos. En todo caso, este asunto llegará a las más altas instancias de justicia. Históricamente, hasta los más grandes intentos de ocultación de errores, fracasos y extralimitaciones han desencadenado escándalos que sacuden al poder en turno.
Hegseth es solo un funcionario que tendrá un lapso de gestión. La guerra impuesta por él y sus adláteres a la labor periodística solo tiene una lectura posible: opacidad. Los medios periodísticos se deben a sus audiencias, y estas son sus más grandes, severos y únicos jueces, porque deciden a diario renovar su confianza. La pluralidad informativa es el gran tesoro de toda democracia y hasta hace poco lo era del Departamento de Guerra de un país que parece cumplir lo que dijo el cantautor guatemalteco Ricardo Arjona en una de sus composiciones: “Si el norte fuera el sur, seríamos igual o, tal vez, un poco peor”.