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Legado moral de la Revolución octubrista
La desinstitucionalización de la autoridad electoral nos está transportando al pasado autocrático.
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La Revolución del 20 de octubre de 1944, perpetrada hace 81 años, fue, en esencia, la respuesta de una generación joven a un anacrónico inmovilismo autoritario, identificado con los regímenes nazi y fascistas, cuya derrota aplastante se avecinaba. Fue una rebelión en contra de la intolerancia, la deshumanización, la opresión, la censura y el miedo, así como un gran despertar al libre juego de opiniones, al autogobierno, a la protección de los derechos humanos, a la democracia liberal, al Estado de derecho, a la economía de mercado y a la solidaridad, que se materializó en una Constitución garantista y orientada hacia el desarrollo económico y el progreso social.
La democracia es amenazada por sus enemigos acérrimos.
Por cierto, los enemigos de la democracia, que promueven la instalación de una autocracia en nuestro país, pretenden desvirtuar y desacreditar el legado moral de la Revolución del 44, así como convencer a incautos de las supuestas ventajas del despotismo.
Las demandas revolucionarias de descentralización, independencia e imparcialidad judicial, probidad administrativa y democracia representativa, incorporadas en el decreto 17 de la Junta Revolucionaria de Gobierno, de fecha 28 de noviembre de 1944, siguen sin concretarse. En vez de descentralización se ha consolidado una “desmembración anárquica, clientelar y electorera”, que no responde a principios de planeamiento estratégico, programación, coordinación, ejecución eficaz y eficiente, supervisión, control y retroalimentación; en tanto que los atajos a la ley, la opacidad, la ausencia de calidad del gasto y rendición de cuentas, así como la obstaculización de la deducción de responsabilidades y la infiltración del crimen organizado en el sector público han envilecido la gestión administrativa y financiera del Estado. Por otro lado, el sistema de partidos degeneró en una partidocracia (oligarquía politiquera), que instaló una cleptocracia (corrupción sistémica). La desinstitucionalización de la autoridad electoral nos está transportando al pasado autocrático, así como la demagogia, el clientelismo y el dinero sucio en la política que han alimentado una seudodemocracia representativa.
Ortega y Gasset dice que cada generación tiene su vocación propia, su histórica misión; aunque acontece que las generaciones, como los individuos, faltan a veces a su vocación y dejan su misión incumplida, por lo que se convierten en generaciones desertoras, porque son infieles a sí mismas, es decir que defraudan la intención histórica depositada en ellas.
En mi opinión, la actual generación, a la que se confió el éxito del proceso democratizador en 1986, es desertora, porque no asumió, con convicción, valor y entereza, su misión y responsabilidad histórica en la política, la economía, el derecho, la academia, la ciencia y el arte.
Hoy en día, nuestra incipiente democracia está siendo amenazada por sus acérrimos enemigos, los promotores de la autocracia, quienes pretenden imponer otra vez un régimen despótico. El enfrentamiento entre democracia y autocracia no se reduce a una competencia entre facciones de derecha e izquierda, con fines electorales, sino que es una confrontación en la que están sobre la balanza el respeto de los derechos fundamentales y la vida en democracia.
No tengo duda de que, así como en el 44, nuestros jóvenes, armados de patriotismo, energía y entusiasmo, son la mejor opción para la defensa del Estado humanista y la democracia liberal en esta batalla de vida o muerte. La juventud también es la llamada a rescatar la institucionalidad democrática, a través de una profunda reforma del Estado.