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Los maestros verdugos de la educación pública
La educación pública, cuando es irresponsable, se convierte en verdugo de sí misma y de la mejora de la vida.
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El desastre de la educación pública guatemalteca, sobre todo de primaria, ciertamente tiene motivos variados como producto de un elemento compartido por maestros y autoridades. Ya nadie se acuerda de la olvidada bella y añeja frase de la poetisa chilena Gabriela Mistral, quien escribió “quien dijo maestra, dijo sembradora”, aunque evidentemente se refería también a los maestros. Maestro es “alguien relevante (destacado), y aunque no solo se refiere a la educación, es uno de sus significados más comunes. Y el sembrador en este sentido figurado, poético, esparce la semilla del conocimiento a los niños y jóvenes. Sin embargo, la falla en esta responsabilidad atrae desconocimiento, ignorancia, el atraso, y analfabetismo total o parcial para todos.
La educación pública, cuando es irresponsable, se convierte en verdugo de sí misma y de la mejora de la vida.
Desde hace algunas décadas se crearon los sindicatos educativos, con el fin de buscar mejoras a la situación laboral del magisterio. Pero en vez de ser uno, o dos, se multiplicaron a 47, lo cual evidentemente causa un desastre porque los constantes paros y la enorme cantidad de líderes, algunos desconocidos, se convierten en verdugos de la educación pública. Sobresale desde hace muchos numerosos lustros años el tristemente famoso Joviel Acevedo, a quien es imposible no criticar y rechazar, porque su única tarea, cree él, es impedir la asistencia magisterial y con ello dificultar la calidad de la educación. Se ha llegado al colmo de declarar ganado el año a niños incapacitados de comprensión de lectura y matemáticas, por ejemplo. Regalárselo, pues.
Los maestros sindicalizados obedientes a Acevedo no asisten a dar clases cuando son llamados a quedarse en casa o impedir el paso vehicular, muchas veces con pancartas ideológicas y exigencia de salarios inmerecidos porque no cumplen su tarea al declarase enfermos, no estándolo, o han pasado la noche anterior en alguna fiesta. Los no sindicalizados se abstienen de participar, pero de todos modos el daño está hecho por la orden de no ir a clases. A todo esto se unen las muy malas condiciones de las escuelas, con paredes rotas, sin agua, tejados o techos viejos, sanitarios difíciles de usar, falta de suficientes pupitres, libros de texto. Por eso, lo peor para los alumnos es quedarse sin esa guía representada por la presencia física y la actividad magisterial.
A mi juicio, lo peor no es considerarse maestros, sino “trabajadores de la educación”, es decir obreros o jornaleros, dos términos no despectivos, sino simplemente inaplicables porque se refieren a tareas físicas, manuales, no emotivas y espirituales, pues la educación es abstracta. Crea el alma —ya lo expresé— de los niños y de los jóvenes. En este último grupo hay riesgos aún mayores: la presencia de maleantes por cuya tarea, casi siempre nefasta y peligrosa, ocurre la ausencia escolar y por otra parte los maestros se vuelven temerosos de su alumnado. Por aparte y a veces, la acción de los padres —incluyendo los de colegios privados— contribuye a esta realidad desconocida por muchos ciudadanos, para quienes los maestros no son dignos de respeto.
La tragedia de la educación pública es enorme y su solución requiere de acciones firmes, explicándoles a maestros y alumnos el negro futuro próximo para todos si no se soluciona. Es un problema de falta de responsabilidad y abarca también, en muchos casos, la enseñanza privada a cualquier nivel, por razones distintas pero igualmente causantes de atraso generalizado. El subdesarrollo del país no es solo económico ni social. También es educativo y sus efectos son invisibles. El mundo actual necesita ciudadanos preparados, educados, porque las condiciones de los trabajos importantes son cada vez más complicadas, difíciles. Por eso, los líderes sindicales deben ser responsables.